Juan C. Torbado Flórez

Nacido en la localidad terracampina de Galleguillos, desarrolló en León la totalidad de su prolongado periplo profesional, a partir de la última década del s. XIX. En el campo de la arquitectura lo fue todo: arquitecto municipal, provincial y diocesano. Cuando se constituyó el Colegio de Arquitectos de León, Asturias y Galicia fue elegido Decano (1932-1946), muestra del respeto que le profesaban sus colegas y al que, tal vez, no fue ajeno el aspecto venerable que entonces lucía. También ejerció diferentes puestos en la Comisión Provincial de Monumentos desde 1910 hasta su muerte, con un breve paréntesis en la Guerra Civil.
Socialmente fue un auténtico prócer, con gran proyección pública, presidente o miembro destacado de entidades asociativas dedicadas al excursionismo o la difusión de la cultura, además de fotógrafo, magnífico dibujante y coleccionista de arte. En otoño de 1936 suscribió un escrito dirigido a las autoridades pidiendo clemencia para los depuestos cargos políticos republicanos que habían sido condenados a muerte. Esta infructuosa iniciativa se saldó con la imposición de una sustanciosa multa.
En contraposición a la cronología de su carrera profesional, puede catalogarse como un proyectista  decimonónico, fiel practicante de las corrientes estilísticas vigentes cuando cursó sus estudios, ancladas sólidamente en el llamado eclecticismo. Armado de este bagaje contribuyó con varios edificios muy notables a la conformación de la calle Ancha, el gran eje del siglo XIX -por concepto- aunque materializada en buena medida después del año 1900.
En el campo monumental se inició como ayudante de Juan B. Lázaro (1893), restaurador de la Catedral, al que sustituyó 15 años después. Participó, por tanto, en la fase final de la intervención, coincidiendo con la reposición de las vidrieras, las tareas de acondicionamiento para la reapertura al culto (1901), la recomposición -bastante creativa- del retablo de Nicolás Francés en el altar mayor, o la restauración de varias pinturas murales de este mismo autor, que suscitó una polémica con la Academia de Bellas Artes. Ya como arquitecto director se dedicó principalmente a modestas obras de conservación y mantenimiento, una vez concluida la restauración global. Entre 1910 y 1914 estuvo apartado de estas responsabilidades como consecuencia de su oposición al derribo del tramo de la muralla romana, tardorromana y medieval entre la Catedral y el palacio Episcopal.
También dirigió la restauración de la iglesia de San Isidoro, siguiendo de nuevo la estela de Lázaro, que le dio pié para demostrar su familiaridad con la disciplina arqueológica, y colaboró activamente con el historiador Manuel Gómez Moreno, aportando sus conocimientos en la elaboración durante la primera década del siglo XX del Catálogo Monumental de la Provincia de León.
La estirpe profesional de Juan Crisóstomo Torbado continuó en la persona de su hijo Juan Torbado Franco.