Perteneciente a una estirpe de artistas -pintores principalmente- y académicos, cursa la carrera en la recién creada Escuela de Arquitectura, completando su formación en Francia y Alemania donde conoció a su esposa. Una vez titulado, combina la actividad como proyectista con el ejercicio docente, primero en la Escuela de maestros de obras de Valencia (1852) y luego en la de aparejadores de Madrid (1854). Su reputación de profesional dotado con sólidos conocimientos y permeable a las innovaciones y teorías provenientes del extranjero le vale la designación (1868), por el titular del ministerio competente, como director de la restauración de la Catedral de León, que inicialmente rechaza, aunque acaba aceptando el nombramiento (1869) tras un proceso de selección con una terna de candidatos.
En esa fecha, la obra iniciada diez años antes (1859) se encontraba en una situación crítica con parte del crucero desmantelado y un estado general de equilibrio en precario. Por complejidad conceptual, dificultad técnica y alcance cuantitativo, la restauración de la Catedral de León constituyó un auténtico hito cuando la disciplina dedicada a la conservación de los monumentos comenzaba a forjarse en España. Madrazo afrontó el desafío bajo el enfoque del llamado positivismo racionalista, escuela de pensamiento encabezada por el arquitecto francés Eugène Viollet-le-Duc - máximo experto mundial en arquitectura gótica-, saliendo de la prueba más que airoso, aunque entonces algunos de sus enemigos también le atacaran por este flanco.
Los primeros años (1869-1876) fueron de reflexión y trabajo de proyecto, en parte por falta de fondos en un período políticamente convulso. Tras algunos prolegómenos auxiliares la obra arranca en serio (1876) con un espectacular apuntalamiento que aseguró la parte del edifico en peligro para a continuación reconstruir el brazo meridional del crucero (1876-1879), incluyendo el hastial correspondiente (que mira al Palacio Episcopal). Esta operación, antecedida por el sacrificio del tramo del triforio ejecutado por su antecesor -Matías Laviña-, se emprendió aplicando el principio de la unidad de estilo, es decir, en búsqueda de la depuración formal del conjunto para obtener un modelo gótico idealizado, al que se atribuye una condición paradigmática de racionalidad constructiva. La financiación corrió por cuenta del Estado, una vez fracasada la cuestación pública promovida desde el obispado (1875).
El desempeño de este puesto tan destacado y comprometido supuso para Madrazo un calvario que concluyó con su destitución (21.10.1879) tras una crisis desatada dos meses antes, al prohibir al Deán el acceso a la obra, decisión que debe encuadrarse en un contexto de permanente hostilidad del Cabildo, que incluso había publicado un folleto contra él (1878). Confluyeron en este conflicto múltiples factores: la confesión protestante de Madrazo y su ideología progresista, las batallas entre bandos políticos, cada uno armado con su respectivo periódico local y, sobre todo, las contradicciones derivadas de la irrupción del Estado en bienes de titularidad eclesiástica a través de la figura del monumento nacional cuya restauración corre a cargo de las arcas públicas, hecho que necesariamente limita los derechos de sus propietarios.
Madrazo murió cinco meses después a consecuencia de una rápida enfermedad que bien pudo tener algún apoyo psicosomático, vistas las circunstancias. Mucho tiempo después el Ayuntamiento le dedicó el nombre de una calle del Ensanche en tardío gesto de desagravio.
CATEDRAL DE SANTA MARÍA DE REGLA
En la semblanza de Antonio Gaudí, incluida en su libro “Homenots, primera sèrie”, Josep Pla pinta en 1958 una optimista estampa de la ciudad de León. Pero a la vez destaca la paradoja en la que está sumida, atenazada por el poderío asfixiante del icono que secularmente la ha representado: