Cordobés de Baena, pertenece a las primeras promociones salidas de la recién constituida Escuela de Arquitectura de Madrid. Ya titulado se estableció en Sevilla donde jugó un papel muy relevante en favor de la preservación del patrimonio histórico en su condición de miembro destacado de la Comisión de Monumentos de esa provincia, académico correspondiente de San Fernando, de la Historia y otros muchos títulos insignes. Además de profesar la arquitectura dirigió las excavaciones arqueológicas en Itálica (1860), compartiendo tarea con su hermano José Amador, conocido también por su faceta literaria, y ejerció de conservador en el Museo Arqueológico Provincial (1866). En esta fase inicial de su carrera trabajó poco para particulares centrándose en el diseño de elementos escultóricos y conmemorativos.
Fue incluido en la terna de candidatos para dirigir la restauración de la catedral de León (1869) y que finalmente se resolvió a favor de Juan de Madrazo. Una década después (1880) le sustituyó tras su destitución e inmediato fallecimiento. Aunque lo tenía más fácil en virtud de una adscripción ideológica afín al conservadurismo, Demetrio de los Ríos debió ser una persona hábil en el trato pues en poco tiempo desactivó el enrarecido clima padecido por su antecesor, consiguiendo la anuencia del obispo y del cabildo.
Si a este factor sumamos la continuidad de la dotación económica se explica la aceleración del ritmo de las obras durante la siguiente década. Conceptualmente D. de los Ríos siguió la estela de Madrazo exacerbando la aplicación del principio de unidad de estilo. Una buena parte de los elementos que hoy contemplamos, conformados con un lenguaje puramente “gótico”, son de su autoría, con frecuencia sustituyendo a otros ejecutados en fases posteriores a la fundacional. Entre ellos destaca el conspicuo hastial occidental que junto con las dos torres constituyen la imagen más representativa del edificio.
Intervino también en el subsuelo, reforzando las cimentaciones, no siempre la parte más robusta de los edificios antiguos. Esta operación le permitió investigar arqueológicamente la traza de la anterior catedral románica (1884). En su afán por alcanzar el templo gótico ideal, planteó infructuosamente dos atrevidas propuestas. Una, el desmontado del coro que irrumpe en el medio de la nave central y el traslado de la sillería al presbiterio al objeto de recuperar la continuidad del espacio desde los pies hasta la cabecera. La segunda consistía en la construcción de una cubierta a la francesa, con inclinación a 45º de los hastiales y un acabado de pizarra.
Murió en el ejercicio del cargo siendo inhumado en el lienzo oriental del claustro.
Capítulo trascendental de su ejecutoria es la monografía póstuma titulada “La Catedral de León” (1895), con prólogo de su ayudante Vicente Lampérez, en expresión muy adelantada a su tiempo del necesario avance conjunto de la acción restauradora con la investigación histórica y la difusión.
Durante su estancia en León fue vicepresidente de la Comisión de Monumentos y proyectó la capilla neo-románica del Cristo de la Victoria (1884), sita en el lado rectificado de la calle Ancha -entonces en fase de realineación- frente al Palacio de los Guzmanes.
CATEDRAL DE SANTA MARÍA DE REGLA
En la semblanza de Antonio Gaudí, incluida en su libro “Homenots, primera sèrie”, Josep Pla pinta en 1958 una optimista estampa de la ciudad de León. Pero a la vez destaca la paradoja en la que está sumida, atenazada por el poderío asfixiante del icono que secularmente la ha representado:
CAPILLA DEL CRISTO DE LA VICTORIA
En este lugar existía una capilla erigida probablemente a finales del siglo XV, con motivo de la llegada a León de las reliquias de San Marcelo. Fue demolida en 1883 como parte de la reforma interior que dio lugar al trazado actual de la calle Ancha.