Introducción
En contra del tópico firmemente arraigado entre el público general, los cascos antiguos no son inmutables sino, más bien, un palimpsesto repetidamente reescrito. La plaza de San Isidoro, tal como hoy la vemos, data de 1965, trazada por el arquitecto Francisco Pons-Sorolla (1917-2011) en el estilo preconizado indiscriminadamente durante esa época por la Dirección General de Bellas Artes para toda clase de espacios urbanos en conjuntos históricos. Por ejemplo, en la provincia de León forman parte de esa misma estirpe, la plaza de S. Marcelo de la capital, la plaza de la Catedral de Astorga o del Ayuntamiento de Ponferrada, hoy desaparecida.
El rasgo más significativo de esta escuela estriba en el pavimento a base de recuadros de losas calizas cuajados con enguijarrados, así como la simplificación de las rasantes de tal modo que las diferencias de cota se resuelven mediante muretes y escaleras, eludiendo los planos inclinados.
Descripción y análisis
Antes de su remodelación, la fuente del siglo XVIII se ubicaba en el centro de la plaza, según el eje de la calle Cid y el recinto de la Colegiata estaba cerrada por una verja de pilastras de sillería y rejas de hierro forjado, similar al que acota el recinto de la Catedral. En la zona lateral, entre las calles Sacramento y Descalzos había un “mezquino salón con ridícula jardinería para acompañar a un Monumento a los Caídos de muy desgraciada traza”, en expresión de la memoria del proyecto.
Frente a esta situación de partida, Pons-Sorolla concibe conjuntamente la plaza de San Isidoro propiamente dicha, a la que denomina plaza alta, y el tramo adjunto de la calle Ramón y Cajal, entre el Instituto y la torre de la Colegiata. La primera cuestión que aborda el proyecto se refiere al edificio aislado, situado entre ambos ámbitos, que denomina “manzana en islote”. No cabe duda que resulta tentador el ejercicio de imaginar la desaparición de este inmueble con la consiguiente ampliación espacial y la conexión visual entre casco histórico y Ensanche, con la propina de la posible exhumación de los vestigios de las sucesivas murallas herederas del primitivo campamento romano. Ya fuera por falta de recursos, conservadurismo o pragmatismo, el arquitecto se decantó por mantener el statu quo, sin meterse en mayores complicaciones.
La ordenación de la plaza alta se basa en tres medidas: traslado de la fuente a un lateral, junto a la manzana islote; la supresión de la verja que delimitaba la lonja y la reordenación completa del recinto lateral, eliminando el Monumento a los Caídos, operación que aquel momento sólo se atrevería a proponer un acreditado franquista, ciertamente desinhibido. Este recodo se estructuró en tres partes: una franja ajardinada en el lado del Palacio de Quintanilla, enfrente un estacionamiento en batería y al fondo un motivo historicista en forma de columna corintia de 14 m de altura, conmemorativa de la fundación del campamento militar que dará origen a la ciudad.
El diseño global se basa en la conjunción de cuatro partes diferenciadas con la gran plataforma empedrada como protagonista principal, respaldada por la lonja de la Colegiata en un nivel ligeramente superior y flanqueada por dos acompañantes ajardinados, más amables.
La verja se trasladó al jardín trasero que mira a la calle Abadía, sustituyéndola por un modelo bajo, de pilarcillos en forma de tarro y cadenas de hierro forjado que no interfiere con la fachada de la iglesia.
En el pasaje entre la manzana islote y S. Isidoro, un rincón donde aflora la muralla de época imperial, se rectificó la escalera que asciende desde la calle Ramón y Cajal, enfrentada a los grandes árboles que escoltan al Palacio de Quintanilla y la columna conmemorativa.
De acuerdo con los criterios dominantes en el siglo XX, la intervención persigue el aislamiento visual del monumento, reforzando su presencia e individualidad, y la apertura de perspectivas urbanas diáfanas, sin obstáculos que estorben. No todo el mundo está de acuerdo hoy en día con este enfoque, especialmente en el campo de los especialistas de la restauración monumental.
Aún así, el resultado que Pons-Sorolla obtiene en este proyecto resulta muy afortunado, dentro de esos esquemas conceptuales, probablemente el mejor entre todos sus homólogos coetáneos de la provincia de León, factor que sin duda influirá en su capacidad de pervivencia.