Introducción
Inicialmente, los arquitectos diseñaron varias propuestas para levantar el MUSAC formando pareja con el Auditorio, en la zona contigua al parquecito bautizado Juan Morano.
Que los sucesivos diseños de proyectistas tan competentes no llegaran a cuajar indica que la idea no era muy buena. Se optó entonces por una amplia parcela de 17.900 m2 situada en el corazón del barrio de Eras de Renueva, expansión urbana de larga y torturada historia que finalmente se materializó en la última década del siglo XX, con la intención de enriquecer simbólica y funcionalmente una zona en riesgo de consolidarse como una anodina periferia residencial. De paso, la ciudad se dotaba de hitos urbanos en emplazamientos alternativos, más allá del centro constituido por el casco antiguo y el Ensanche del siglo XX.
Claramente, esta vez se acertó.
Descripción y análisis
El museo, de 9.400 m2 construidos, cabe holgadamente en la parcela, incluso con un desarrollo casi en su totalidad al nivel de la calle, factor que otorga un alto grado de libertad para el diseño de la planta. Los arquitectos se decantaron por una traza que podría calificarse de temblona, compuesta de 9 crujías de forma quebrada, obtenida por la agregación de figuras romboidales. Este esquema abarca la totalidad del edificio de manera indiscriminada, tanto en la parte expositiva, como en la administrativa o de almacenamiento, aunque el perímetro se recorta para definir tres vacíos: dos patios traseros de servicio y un recinto delante de la entrada a modo de atrio público. La sustracción también se hace efectiva en el centro de la trama, en forma de patios interiores que, entre otros cometidos, ayudan a articular la distribución.
Se ha conjeturado sobre la genealogía de la planta, con distintas comparaciones como, por ejemplo, las teselas de un mosaico. Sin negar esas concomitancias formales, principalmente obedece a una especulación puramente disciplinar sobre configuraciones espaciales obtenidas por repetición y que tiene como referencia más notable la mezquita de Córdoba. También al binomio unidad-variedad, manejado sistemáticamente por Tuñón-Mansilla, y que aquí se hace patente en la construcción de todo el techo siempre con la misma longitud de viga y la obtención simultánea de un encadenamiento de espacios que no resulte previsible, sin desechar el efecto sorpresa.
En su diseño constructivo, los cerramientos son paradójicos. Un robusto muro de hormigón armado, forrado exteriormente por un aplacado de vidrio traslúcido, empleado como si fuera un revestimiento pétreo artificial, bajo un concepto completamente ajeno a la habitual asociación de ese material con la transparencia. Por dentro el hormigón se deja patente, al igual que las vigas prefabricadas del techo, en una exhibición de la constitución material del edificio que no pone fácil la habilitación de las salas para la instalación de exposiciones. Esta desnudez, acentuada por el pavimento continuo, es posible gracias a un eficaz diseño de la sección que sitúa en el perímetro una especie de gruesos petos, levantados respecto de la azotea, que albergan los conductos de climatización y a la vez ayudan a formalizar la cubierta, parte primordial del edificio, expresiva de la complejidad de su planta y contrapunteada con cinco lucernarios y dos volúmenes sobresalientes, que se ofrece a las vistas desde los bloques residenciales circundantes como “quinta fachada”, sacando partida de su condición inferior, sólo en altura, naturalmente.
Por su adustez y dimensiones la zona expositiva es como un gran garaje inexpresivo e indiferenciado, que cede el protagonismo a los contenidos, aunque tratando de eludir la monotonía mediante la colocación estratégica de patios y lucernarios, elementos que a la vez se sirven para conciliar la fluidez espacial con una cierta compartimentación. En general este objetivo se consigue aunque a veces resulta difícil orientarse.
En el vestíbulo prima el criterio inverso pues el techo está presidido por dos grandes linternas cenitales, que miran en direcciones opuestas, aportando grados de luz diferente, tangentes en un vértice común, imposible desde el punto de vista constructivo, que se obtiene mediante un revestimiento desvinculado de la realidad estructural.
Volviendo al exterior, en un primer momento se tanteó la posibilidad de significar la entrada con una gran video-pantalla. Desechada por motivos económicos, los arquitectos decidieron utilizar vidrios de colores en los paños que delimitan el atrio y, tras múltiples pruebas, el pixelado de una vidriera de la Catedral resultó la más convincente aunque, ciertamente, la introducción de una especie de cita historicista pueda resultar chocante o paradójica, de nuevo, para un museo de arte contemporáneo.
Pero también es un motivo que transmite optimismo como bien han captado los fotógrafos de bodas, aprovechando esos paños coloristas a modo de un decorado promisorio del futuro feliz que espera a la pareja. Así pues, el MUSAC se ha convertido en el competidor icónico del monumento al que sutilmente homenajea. En una ciudad condenada al monopolio de dos emblemas -león y catedral-, se agradece una nueva alternativa.