MONUMENTO MARIANO

Arquitecto/s: 
Promotor/es: 
Comisión organizadora del monumento a la Inmaculada.
Fecha del proyecto: 
1955
Plaza de la Inmaculada
MONUMENTO MARIANO
Vista frontal
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Introducción

La historia de la construcción de este obelisco mariano refleja con elocuencia el ambiente ideológico y social que regía en León, década y media después de que terminara la Guerra Civil.
La iniciativa, coincidente con el Primer Centenario Dogmático de la Inmaculada Concepción, parte de una Comisión local, designada por “organismos religiosos, culturales y económicos”, con la misión de erigir en un lugar conspicuo “la representación de la Madre de Dios” para que tenga “una convivencia constante con la mayor masa de población (y) a todas horas” se sienta “rodeada del afecto y respeto de todos los leoneses”.
Esta plataforma barajó distintos emplazamientos como la plaza de San Marcos -desechada por su alejamiento y soledad durante gran parte del año-, la plaza de Santo Domingo o incluso la plaza de las Palomas, aunque en este caso habría de sacrificarse el pabellón neo-mudéjar, conocido popularmente como mezquita de Alí ben imea, que albergaba unos aseos públicos.
Se impuso finalmente la plaza Circular, entonces bautizada como de Calvo Sotelo, que sumaba a  su ubicación céntrica, la condición de nodo urbano de primer orden, punto donde convergen ocho calles como consecuencia del trazado mixto del Ensanche, entre reticular y radial.
Tal elección produjo en la Comisión organizadora un rapto poético vertido en impagables efusiones  literarias que adornan los distintos escritos obrantes en el expediente municipal. Así pues, los promotores se mostraban convencidos de que “su contemplación invitará a la meditación, a la oración, a la piedad, y ese lugar dará nombre y patria, porque el ambiente perfumado y limpio creará hombres de moral sana y costumbres piadoso-religiosas”.
Parece que entre estas costumbres había otras más arraigadas que la limosna pues, a pesar de los 2.000 donativos recibidos en la correspondiente cuestación, las instituciones públicas tuvieron que pechar con cantidades nada desdeñables. Por ejemplo, la Diputación donó generosamente 50.000 ptas. Sin duda, a sus probos rectores debió parecerles que semejante iniciativa venía a satisfacer una necesidad prioritaria de la provincia, máxime cuando el Presidente de esa institución era a la vez el proyectista del tinglado.
Lo cierto es que tan destacada operación de apostolado nunca llegó a despertar una devoción especial, sobre todo cuando los afanes nacional-católicos, que alcanzaron su cenit en el Congreso Eucarístico Nacional celebrado en julio de 1964, acabaron irremisiblemente diluidos en la gran marea del desarrollismo, mas propicio al cálculo del beneficio personal que al ejercicio de la adoración piadosa.
Cumplidos los fervores inaugurales, el monumento no superó el rango de simple adorno urbano cuya significación religiosa pasa completamente inadvertida.

Descripción y análisis

El diseño se basa en la acertada premisa de no obstruir las perspectivas urbanas y en particular la que tiene como fondo la gran fachada de San Marcos, además de que las disponibilidades presupuestarias no daban para muchas alegrías.  Partiendo de estos condicionantes se optó por una especie de columna de proporciones esbeltas, con 19 m de altura, y descompuesta en un pedestal cuadrado de 3 m de lado y un fuste más estrecho (1,8 m) en cuya cúspide descansa la imagen.
Al corazón estructural, de hormigón armado, se adosa por cada lado una pilastra axial, rematada en la coronación con un capitel más o menos corintio. El ropaje decorativo lleva un revestimiento pétreo en consonancia con la nobleza históricamente atribuida a ese material.
El pedestal emerge en el centro de un parterre circular que aísla su entronque con el terreno,  muy probablemente a fin de acentuar la sensación de enaltecimiento. Puede que Cañas barruntara que esta solución, inapelable desde el punto de vista simbólico, ofrecía alguna dificultad de orden práctico  porque, curándose en salud, en la memoria del proyecto anticipa la posibilidad de levantar un estrado sobre el jardín para la celebración de actos de “homenaje o culto”.
Aunque el evidente fracaso icónico del monumento obedece sin duda a causas más profundas, puede que la loable voluntad de respeto a las características espaciales del Ensanche y la indeterminación funcional también cooperaran. En suma, aunque sin quererlo, el arquitecto también puso de su parte.
La imagen, un tanto meliflua, lleva la firma del escultor astorgano Marino Amaya (1927-2014).

Otros datos

Escultor: Marino Amaya.

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Hoy por hoy León (29.11.2018)