INSTITUTO JUAN DEL ENZINA

Promotor/es: 
Ministerio de Educación
Fecha del proyecto: 
1965
Constructor: 
Constructora Asturiana SA.
C/ Ramón y Cajal nº 2
INSTITUTO JUAN DEL ENZINA
Fachadas al chaflán y a C/ Ramón y Cajal
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Historia

El emplazamiento de instituto de enseñanzas medias en lugar tan estratégico de la ciudad se remonta a los principios del siglo XX, justamente cuando estaba gestándose la expansión urbana del Ensanche, que iba de la cerca medieval hasta el río Bernesga.
La iniciativa comienza con la constitución (26.09.1902) por el Claustro de Catedráticos del Instituto de una Comisión para gestionar la construcción de un nuevo edificio, iniciativa que la Diputación respalda y traslada al Gobierno. Por su parte el Ayuntamiento se compromete (20.10.1902) a ceder unos terrenos en la Era del Moro (zona de la Plaza del Espolón, entonces Mercado de ganados) aunque, tras distintos avatares, el ofrecimiento se hace efectivo en el Rastro Viejo, es decir, el gran vacío de planta triangular situado extramuros, entre el palacio de los Guzmanes y S. Isidoro. Poco después (07.06.1904), el Ayuntamiento delimita la parcela con una superficie de 5.633,34 m2, mediante un plano suscrito por el arquitecto municipal, Manuel de Cárdenas, que define la latitud de la calle Ruiz de Salazar y un vial que marca la separación con el pósito donde años más tarde se construirá la sede comercial de Almacenes Pallarés. 
Sobre está parcela se levantó el llamado Instituto General Técnico, según proyecto de los arquitectos José Luis de Oriol y Emilio García Martínez, ganadores del concurso convocado al efecto. Tras una larga tramitación no exenta de vicisitudes, las obras comenzaron en 1909 para concluirse en 1915. Se trataba de un edificio compacto y composición académica, con un paraninfo central y fachada hacia la plaza de Santo Domingo en forma de chaflán que definía un amplio espacio público. En 1944 el arquitecto municipal Isidoro Sáenz-Ezquerra proyectó la elevación de una planta en algunas de sus alas.
Veinte años después se planteó una ambiciosa operación de completa reestructuración del parque inmueble dedicado a la enseñanza pública secundaria: el instituto masculino -Padre Isla- se trasladó a un nuevo edificio situado al final del Paseo de la Facultad, junto a la Plaza de Toros, y el femenino, que ocupaba un caserón en la Plaza de Santo Martino, ocuparía el vacío dejado por éste en la calle Ramón y Cajal. Esta iniciativa se enmarca en un fenómeno de emergencia de las clases medias urbanas con la consiguiente generalización de los estudios secundarios, mujeres incluidas. Surgió entonces el problema de la inadaptación del edificio del Instituto General Técnico a un concepto pedagógico que precisaba otro tipo de aulas y, sobre todo, espacios libres para los ejercicios gimnásticos y el deporte. En la disyuntiva de conservar el edificio y sacrificar el uso o conservar el uso y sacrificar el edificio se impuso este último criterio, decisión que sigue suscitando polémica.
El proyecto del nuevo instituto corrió a cargo del arquitecto Miguel Martín-Granizo que acababa de desarrollar también la nueva sede del Padre Isla.

Descripción y análisis

El solar tiene una superficie de 5.588 m2, forma triangular con esquinas achaflanadas y se  caracteriza por su proximidad al casco antiguo y la relación visual con la torre de San Isidoro. El edificio suma una superficie construida de 5.333 m2, más 236 de recreo cubierto, que se concentra  en tres de las lindes de la parcela, dejando libre un patio amplísimo.
Se estructura bajo un principio de fragmentación en cuatro cuerpos: dos pabellones de proporción horizontal y alargada, rematados en sus extremos por sendos volúmenes monofucionales, gimnasio y salón de actos respectivamente.
Dice la memoria del proyecto que se trataba de “evitar que el edificio fuese cerrado, único y acuartelado, unidad monolítica y rígida”, cuidando las orientaciones “con especial ahínco, ya que el clima de León, con su dureza y extremismo, acaba por imponerse”.
El programa funcional es muy completo, con segregación de accesos entre profesores y alumnos,  capilla junto a la entrada principal, salón de actos con acceso independiente desde la calle, recreo cubierto y gimnasio, aulas tipo para 40-42 alumnos, aulas especiales de dibujo, música y seminarios, “escuela del hogar”, laboratorios, reconocimiento médico con rayos X, bar y comedor para 80 plazas, etc.
Constructivamente sigue la tónica convencional de la época con estructura de hormigón armado y cerramientos de ladrillo. Las cubiertas, en general ocultas, están acabadas con placas de fibrocemento, con la excepción de los dos volúmenes extremos donde son visibles, combinando las lámina asfáltica en el salón de actos y la pizarra en el gimnasio, por su vecindad con San Isidoro.
Rige la imagen del edificio una horizontalidad muy acentuada que se matiza con contrapuntos verticales, coincidentes con los elementos de esa naturaleza (las escaleras). Las fachadas exteriores ostentan acabados nobles de mampostería concertada en el zócalo y aplacados pétreos encima.
El salón de actos recibe un tratamiento diferenciado y singular con cubierta inclinada, visible desde la calle, sobre un frontispicio descompuesto en dos planos y cerrado con una vidriera moderna, subvirtiendo tácitamente los principios básicos de este elemento de la arquitectura clásica.
Subyace en el proyecto una voluntad de integración en el contexto urbano y de diálogo con el entorno que se pone de manifiesto en el “patio de honor”, que mira hacia la plaza de Santo Domingo cumpliendo una función de antesala pública y, sobre todo, con la decisión de localizar el pabellón principal en la linde a la calle Ramón y Cajal con las aulas mirando al patio interior, lo cual otorga a la fachada, que sirve a los pasillos, una libertad compositiva que se aprovecha para reforzar, mediante un juego de franjas horizontales, la visión en escorzo focalizada hacia la torre de San Isidoro, que se inserta en la estampa como un remate vertical.
El edificio también ha demostrado su versatilidad, asimilando con naturalidad las inevitables alteraciones, tanto exteriores como interiores en clara demostración de las ventajas que ofrecen los conjuntos constituidos por agregación. Tres han sido las modificaciones más relevantes. En la fachada de la entrada principal, un cuerpo de ascensor que para los no avisados parece original. En el extremo opuesto, un nuevo gimnasio (Proyecto de Daniel Díaz y Belén Martín-Granizo) alojado en una delicada pieza que insiste, con más y mejores medios, en el deseo primigenio de otorgar un tratamiento singular a la parte de edificio más próxima a San Isidoro, propósito que materializa según una de las tendencias dominantes en la arquitectura del cambio de siglo, que otorga un protagonismo esencial a la configuración de las fachadas bajo un concepto epitelial, de piel. Por último, un pabellón añadido (proyecto de los mismo autores) que reproduce el concepto de horizontalidad aunque su cuidadoso diseño no consigue imponerse al hecho de la irrupción de un volumen invasivo en el interior del patio.

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