Introducción
En abril de 1962, el Obispado solicita la licencia municipal para construir una iglesia parroquial en el incipiente barrio del Egido pidiendo la “exención de arbitrios municipales”. El Jefe del Negociado de Rentas y Exacciones informa negativamente esa pretensión que, sin embargo, el Interventor del Ayuntamiento corrige en el mismo folio del expediente administrativo apoyándose en la jurisprudencia y el Concordato con el Vaticano.
Ésta, como otras muchas iglesias, se enmarca en la intensa acción pastoral y edificatoria del obispo Luis Almarcha, influyente personaje de la vida social y política leonesa durante la mayor parte del franquismo (1944-1970), del que fue Procurador en Cortes y Consejero del Reino, en clara demostración de la viabilidad del servicio simultáneo a Dios y al César.
Colaboró generosamente en la financiación de la obra el Ministerio de Justicia, motivo por el cual su titular, Antonio Iturmendi, asistió a la inauguración celebrada el 2 de julio de 1964 ejerciendo de padrinos de la consagración el Gobernador Civil Luis Ameijide y su esposa Purificación Montenegro.
Este acto formó parte del programa del VI Congreso Eucarístico Nacional, señalado acontecimiento que durante diez intensas jornadas convirtió a León en sede de una apoteosis nacional-católica adornada con la presencia, entre otras personalidades, del Ministro Manuel Fraga y del Jefe del Estado.
En el Ejido también se inauguró el Colegio de las Franciscanas Terciarias de la Divina Pastora y fueron bendecidas varias promociones de cooperativas de vivienda. Todo este despliegue simbólico venía a consagrar implícitamente al nuevo barrio como una representación fiel del modelo propugnado por el régimen franquista para las clases trabajadoras: bajo la amparo de una gran iglesia parroquial, laboriosos propietarios de su vivienda se asocian en una cofradía penitencial y confían la educación de sus hijos a una congregación religiosa. Además, con la circunstancia añadida de que semejante panorama no respondía a una acción planificada sino a la conjunción de distintos vectores, eso sí, influidos por el clima ideológico y político dominante.
Descripción y análisis
La configuración del templo obedece en buena medida a su implantación en una parcela perteneciente a una manzana de uso predominantemente residencial. Este condicionante implicó, por ejemplo, la conculcación de los preceptos para la orientación de las iglesias, con la cabecera al norte en vez del canónico naciente, o una posición en esquina, tangente al viario, sin perspectivas frontales.
La planta es rectangular, de 49,85 m de largo y 23,80 de ancho (1.18,43 m2) con una capacidad para 1.200 fieles más 300 en el coro.
El proyecto parte de la premisa de exhibir “las formas de la estructura de hormigón, especialmente en lo que respecta a la forma de la techumbre”, consistente en una lámina plegada y curvada que no genera empujes, como demuestra la esbeltez de los pilares laterales que en caso contrario debieran desempeñar una función de contrafuertes. Esta voluntad, que cabría encuadrar como “realismo constructivo”, persigue la materialización de la tradicional singularidad de los edificios de culto con técnicas contemporáneas.
Espacialmente se concibe como una progresión que arranca en el atrio, flanqueado por el baptisterio y la torre. Ya en el interior, la nave es única, prologada por una especie de vestíbulo bajo el coro, donde se emplaza una batería de confesionarios inmuebles, concluyendo el itinerario en el altar mayor, respaldado por un muro cóncavo. El presbiterio se complementa con la sacristía, el despacho parroquial y un aseo. El proyecto enunciaba la intención de subrayar la cabecera del templo con un tratamiento singular de la iluminación natural. Lo cierto es que el resultado final no alcanzó ese propósito. Tampoco el programa decorativo consiguió cualificar un espacio muy grande y carente de atributos suficientes. Este capítulo está constituido por un gran mural de casi 200 m2 pintado por José Vela Zanetti (1965-66) en su estilo característico, dos esculturas de bronce de la Virgen y San José (Susana Polac) en los altares laterales, unos mosaicos en la entrada representando los apóstoles (Padre Iturgáiz, dominico) y un vía crucis en los muros plegados laterales, diseñado por el arquitecto. También son de Vela las cancelas del atrio, en hierro forjado, y el interior alberga una imagen de la Virgen de la Soledad tallada en 1958 por Víctor de los Ríos así como el antiguo órgano de la Catedral, tras su sustitución por otro moderno de mayor calidad en 2012.
Aún así, prevalece una monumentalidad desangelada e inadecuada a las necesidades actuales, excesivamente grande, sin confort térmico ni acústico.
Afortunadamente el exterior resulta más atractivo, sobre todo en la fachada principal, con una composición simétrica protagonizada por una serie de finos maineles de hormigón desnudo, con el contrapunto de la torre esbelta, rematada con una etérea celosía que repite idéntico material y lenguaje. La composición geométrica se adereza con dos elementos iconográficos: una imagen de Jesús carpintero en el paño opaco de la fachada, opuesto a la torre, y en el ábside un relieve de ángeles músicos.
En todo caso, aunque muy inferior en calidad a la parroquia de los Sacramentinos de Madrid, cerca del Retiro, que José Mª Samper proyectó en los mismos años, la iglesia de Jesús Divino Obrero brinda una muy necesaria carga icónica a un barrio carente de hitos urbanos o elementos de referencia.