Historia
La franja entre la avenida de Independencia y la calle la Rúa a la altura de la calle General Lafuente tiene una larga historia. Aquí se levantó en el siglo XIV, intramuros a la cerca medieval que se conserva justamente hasta ese punto, el palacio real de Enrique II que, con distintas transformaciones, se habilitó en el siglo XVIII como una fábrica de tejidos, para acabar en el siglo XIX como un cuartel militar.
Ya en el proyecto de Ensanche de 1889 se sugería el vaciado de este gran solar y la apertura de una calle que conectara la Rúa con la expansión de la ciudad, embocando frontalmente a la calle Puerta de la Reina. Cuando esta operación se materializó en torno a 1950, el nuevo vial, de 16 m de latitud, se desplazó hacia el norte con el objeto de conformar dos mitades aproximadamente iguales.
Una de ellas se dedicó al ejército, con la sede del Gobierno Militar que irrumpe abruptamente y sin contemplaciones (7 plantas de altura) en la cerca medieval, y dos bloques de viviendas de oficiales.
Al otro lado quedó una parcela propiedad de la Caja de Ahorros, que a principios de la década de los 60 convocó un concurso entre los arquitectos locales para adjudicar el proyecto de un hotel. Concurrieron a esta convocatoria una buena parte de ellos, presentando propuestas muy trabajadas que varias décadas después el autor de estas líneas pudo contemplar, colgadas en las paredes de varios estudios. Resultó ganador Felipe Moreno Medrano, arquitecto de la Diputación Provincial.
El hotel, bautizado con la historicista denominación de Conde Luna y primer establecimiento de la ciudad con un nivel de lujo en confort y prestaciones, fue también promovido por la Caja de Ahorros que entonces cumplía un papel subsidiario en iniciativas empresariales cuyo tamaño, riesgo y necesidades de financiación excedían de la capacidad de los empresarios locales.
Descripción y análisis
La parcela tiene una forma aproximadamente rectangular con una superficie de 1.290 m2, 31,2 m de fachada a la calle Independencia y 38,7 a General Lafuente.
Llama la atención la edificabilidad que autorizó el Ayuntamiento, de 6,67 m2 construidos sobre rasante por cada metro cuadrado de la parcela, que se distribuye en un sótano, planta baja, entreplanta, planta noble, y otras 10 más.
El programa funcional es muy completo. En el sótano se ubica el garaje, una zona de personal y abastecimiento, lavadero, plancha y costura, más un restaurante-club con pista de baile, estrado de orquesta y camerinos. La planta baja, levantada respecto de la calle, alberga la zona de recepción y conserjería, cuyo mostrador se dimensiona a “2 cm (de longitud) por cama según informaciones y estudios” y una cafetería con acceso independiente. Medio nivel más arriba se sitúa la planta noble con los salones de reunión o de “fiestas particulares”, oratorio y peluquería. Estas diferencias de altura, hoy poco aconsejables por razones de accesibilidad, se aprovechan para encajar una entreplanta dedicada a cocina y comedores del personal.
Las diez plantas superiores tienen una capacidad de 119 habitaciones, otras 10 “de mecánicos” y dos apartamentos en los pisos inferiores que la entidad promotora introdujo con el proyecto en marcha. Se organizan con el esquema clásico de pasillo central, con habitaciones a ambos lados y en cada planta una zona de oficio dotada de montaplatos, vertedero de basuras y escalera de servicio.
Las habitaciones se dimensionan a razón de 25 m3 por persona, cuentan con baño propio -poco habitual entonces- vestíbulo y doble puerta, para atenuar los ruidos del pasillo, y están aisladas acústicamente. En suma, se diseñaron con el cuidado que requiere un alto nivel de confort según los estándares de la época.
En la azotea de la planta 5ª, mirando hacia la calle General Lafuente se preveía una pequeña piscina que finalmente se construyó, mucho más grande y mejor equipada en el solar contiguo, que se demolió con el cambio de siglo para sustituirla por un Casino, operación tal vez lucrativa a corto plazo que con el paso de los años se antoja miope a la vista de la evolución del negocio hotelero.
La imagen exterior del edificio está condicionada por la desmesurada altura, comparada con el entorno, que adquiere en la esquina a las dos calles. Sin embargo, el arquitecto salió razonablemente airoso de ese entuerto, dividiendo el inmueble en tres volúmenes con una torre en el medio, cuyo desarrollo en fachada “es inferior al tercio del total”, flanqueada por dos cuerpos más bajos que resuelven la transición con el caserío aledaño. Incluso en la calle General Lafuente las plantas superiores, de habitaciones, se retranquean a fin de ensancharla visualmente.
Los alzados están compuestos con rigor geométrico y contención formal. Como dice la memoria del proyecto: “Dentro de la modernidad de sus líneas se ha conseguido que éstas sean tranquilas y sencillas(...)” pues “ciertas audacias sólo puede ensayarse en edificios que por su función hayan de tener una vida efímera o de circunstancia, pero a un hotel (...) debe dársele un carácter o expresión estable y permanente”. Los acabados combinan la fábrica de ladrillo a cara vista y aplacados de piedra caliza con algún contrapunto excepcional, como dos potentes pilastras de mampostería que delimitan los ventanales de los salones de la planta noble.
En contraposición a los cuerpos laterales, las fachadas de la torre son asimétricas y desdobladas en dos planos que dotan a las habitaciones de terraza individual. Esta solución reticular y profunda, con intensos contrastes de luz y sombra, será utilizada por el arquitecto en otros proyectos de esa década como el Conservatorio o el Laboratorio Pecuario.
Lamentablemente una reforma, emprendida en 2019, ha eliminado el contraste de materiales, unificando todos los acabados, intervención indiscriminada que no contribuye precisamente a aligerar la estampa de un volumen tan desproporcionado.
Detalles muy diversos revelan la voluntad de obtener un establecimiento hotelero “de campanillas” -en expresión popular coetánea- mediante el empleo de recursos técnicos novedosos en una pequeña ciudad provinciana de los años 60, como el sistema de aire acondicionado en el vestíbulo, los salones y el restaurante, o el empleo de ventanas de perfiles de aluminio.