Historia
Como institución, el hospital de San Antonio Abad atesora una largísima historia pues su fundación se remonta al año 1084, por iniciativa del obispo Pelagio, en el lugar donde hoy se ubica la calle Legio VII y el edificio Roldán. Más adelante, se tiene noticia de la realización de obras de reforma y ampliación a principios de los siglos XII, XIV y XV.
Sumido en una profunda crisis desde el comienzo del siglo XIX, en 1863 se hizo cargo la Diputación Provincial que en 1876 promovió su reforma y ampliación con la participación del arquitecto Juan Madrazo, restaurador de la catedral.
No obstante, el edificio era un conjunto abigarrado, de geometría irregular, adosado a la iglesia de San Marcero, la Casa consistorial y el Teatro Principal (hoy desaparecido), y absolutamente antagónico, por su emplazamiento y configuración, con la articulación de la conexión del núcleo urbano (lo que hoy llamamos casco histórico) y la expansión proyectada en la última década del siglo XIX -el Ensanche-, cuya andadura comenzó en la primera década del siglo XX.
Así pues, se impuso su sacrificio en aras de la construcción de la ciudad moderna, trasladando las instalaciones fuera de la ciudad, en una ubicación alejada de la aglomeración urbana como aconsejaban los criterios higienistas vigentes en ese momento.
Cabe preguntarse si no se les fue la mano, porque lo que luego se llamó el Alto de los Hospitales quedaba realmente muy lejos de la ciudad si tenemos en cuenta los medios de transporte disponibles a comienzos del siglo XX.
El proceso de demolición y traslado no fue precisamente rápido, En 1903 se inician por el Gobierno Civil las primeras gestiones. En 1913 se constituye una Comisión pro-traslado, operación que no se materializó hasta el inicio de la tercera década del siglo.
Aún así, 10 años antes del comienzo de las gestiones oficiales, el arquitecto provincial Francisco Blanch y Pons ya había redactado un proyecto del nuevo hospital. Se ve que la costumbre de empezar la casa por el tejado no es patrimonio exclusivo de nuestra época. Ya entonces se cometía la errónea sinécdoque de identificar el todo con la parte, es decir, la institución con el edificio que la alberga, al modo del hospital Isabel Zendal de Madrid.
Blanch recabó el auxilio de expertos familiarizados con la arquitectura hospitalaria, una rama muy específica de la disciplina, que requiere la posesión de conocimientos especializados. Se sabe que le ayudaron dos arquitectos: Mariano Belmás le remitió bibliografía y Justo Millán un ideograma esquemático de la distribución en planta de los distintos requerimientos funcionales.
Con este bagaje, Blanch se decantó por un esquema ideado en Inglaterra y que posteriormente se impuso en Europa, basado en un sistema de pabellones o alas, dispuestos en torno a un patio central. Esta fragmentación ofrecía dos ventajas: buena ventilación, parámetro muy relevante para las teorías higienistas, y separación por diferentes tipos de enfermedades.
Lo cierto es que el diseño reproduce de modo casi literal la planta del hospital de Paris proyectado en 1839 por Pierrre Gauthier, con el añadido de dos pequeños pabellones, separados del resto, para enfermos contagiosos. En realidad, se trata de un puro ejercicio de arquitectura académica, en el doble sentido de la palabra, porque parece un trabajo de un estudiante por su concepción abstracta, ajena por ejemplo a la topografía, y porque parece sacado del tratado de Jean Nicolas Louis Durand, publicado en 1805, con una rigurosa planta, compuesta a partir de los principios de orden y proporción geométrica. Como estos arquitectos decimonónicos eran muy hábiles y desinhibidos estilísticamente, Blanch no siguió el clasicismo “beaux art” del modelo, sino que se decantó por un eclecticismo medievalista.
Puede que por excesivamente ambiciosa, la propuesta se quedó en papel y hubo que esperar hasta 1919 para que Manuel de Cárdenas formulara otra más pragmática pero, ciertamente, menos interesante desde el punto de vista arquitectónico, coincidente, por cierto, con la fase más cruenta de la llamada gripe española, un episodio olvidado hasta que ha vuelto a la palestra exactamente un siglo después. Se calculan 40 millones de muertos en todo el mundo y 300.000 en España, sobre una población de 21,5 millones. Con toda seguridad, una catástrofe de estas dimensiones tuvo que dejar una huella profunda en la arquitectura sanitaria.
Descripción y análisis
La documentación disponible induce a pensar que el proyecto fue ajustándose progresivamente.
Se conservan unos planos de alzados, realizado por Cárdenas, que insisten en la idea de Blanch, con un esquema de pabellones conectados por un cuerpo de circulación, no se sabe si lineal o anular, pero que, en todo caso, no se corresponde con la configuración final.
Tras esos tanteos se impuso una solución híbrida, más compacta, con un modelo de 4 patios resultante de insertar una cruz dentro de un anillo de forma cuadrada. A este núcleo se adosan cuatro pabellones, dos por cada lado, que dejan entre ellos un patio abierto por un lado.
La organización en planta es estrictamente simétrica y tiene una traza axial, con una columna vertebral que concentra los volúmenes principales y se remata en sus extremos con dos elementos icónicos: en la fachada principal, una esbelta torre con una altura muy superior al resto del complejo y en la trasera un cuerpo semicircular a modo de ábside.
En vertical, el edificio consta de un semisótano y tres plantas sobre rasante, iguales en su proyección al exterior, con el ligero matiz de que la superior tiene menos altura libre y sus ventanas se despiezan en 3 cuarterones en vez de los 4 de las inferiores.
Las fachadas ofrecen una composición netamente vertical, con los huecos agrupados en columnas, enmarcados por jambas, antepechos y arcos carpaneles de ladrillo a cara vista, que contrata con los paños revocados en blanco de los lienzos macizos intermedios. Esta combinación de acabados es un puro recurso decorativo porque en algunas zonas se aprecia que el revoco está aplicado sobre una fábrica de ladrillo igual a la que se ha dejado desnuda.
Estilísticamente la estampa es híbrida, con ecos de la arquitectura neomudéjar, particularmente en los aleros de canecillos de ladrillos en voladizo escalonado. En la torre se acentúa el carácter mestizo, con citas al mudéjar y una coronación más cosmopolita, rematada por un pináculo revestido con pizarra, en contraposición a los faldones de teja árabe del resto.
Al cariz neomudéjar ayudan dos famélicas palmeras que pretenden transmitir una nota de exotismo aunque, más bien, inviten a la compasión.
Esta clase de arquitectura responde a un momento de transición y tal vez de desconcierto, o de búsqueda, entre los arquitectos, como Cárdenas, educados en el estilo ecléctico del siglo XIX. En cierto modo podríamos encuadrala en el mismo apartado que el BBVA (antiguo Casino) en la plaza de Santo Domingo - proyecto de 1920-, con la diferencia de que G. Fernández Balbuena, mucho más joven, está creando su propio estilo, mientras que Cárdenas vive un proceso de reconversión.
El estado actual del inmueble no es halagüeño, pues pertenece a la Diputación Provincial y quedó fuera de la remodelación del complejo hospitalario.
Hoy alberga una colección de usos heterogéneos: salud mental, administración, oficinas sindicales, etc. Claramente necesita una intervención ambiciosa, de carácter global.
Externamente está rodeado de playas de estacionamiento de coches, salvo en la esquina S, donde un parterre de césped explica de un modo muy elocuente cómo puede cambiar la estampa de un edificio dependiendo de la configuración de un entorno inmediato. No es lo mismo una bandeja de asfalto, que vegetal.
La modificación más importante que ha experimentado en su siglo de existencia consiste en el traslado del acceso principal a un lateral, a través del patio abierto entre dos pabellones. En esta intervención se ha recurrido a un lenguaje contemporáneo con una rampa y un vestíbulo acristalado, superpuesto al volumen original de una manera razonablemente armónica, aunque se ha alterado completamente la concepción tipológica.
Bibliografía
AA.VV.: Los comienzos de una urbe emergente. Manuel de Cárdenas, arquitecto, Colegio Oficial de Arquitectos de León, León, 2033, pp. 130-131.
M. SERRANO LASO: La arquitectura en León entre el historicismo y el racionalismo 1875-1936, Universidad de León, León, 1993, pp. 68-72.