Introducción
El proyecto, como casi todos los de Javier Sanz, no destaca precisamente por la calidad de su documentación gráfica, escueta y de representación poco esmerada. Esta desgana podría incitar a un pronóstico negativo que el resultado final casi siempre se encarga de desmentir, pues da la impresión de que el arquitecto fiaba más su ejercicio a la fase de dirección de obra, de la que habitualmente salía airoso, ayudado por un indudable talento.
A los que transitamos hoy por la avenida de Ordoño II nos resulta difícil imaginar que esta calle era una vía interurbana, como demuestra el expediente municipal de licencia de obras, con un informe del arquitecto municipal indicando que “se precisa informe de la Jefatura de Obras Públicas por lindar con carretera del Estado”.
Descripción y análisis
Este edificio no pasa desapercibido por su contundente fachada que presenta un rasgo no muy común en los edificios entre medianeras como es la discontinuidad de la cornisa, descompuesta en un cuerpo central más bajo y dos torreones laterales, y su naturaleza enfática con unos poderosos aleros de un vuelo considerable que remiten al regionalismo montañés, estilo que M. De Cárdenas empleará poco después en el chalet situado justo enfrente.
La fachada es rígidamente simétrica y se caracteriza por la heterogeneidad de los recursos empleados en su composición: columnas de miradores volados en los laterales; un balcón principal con balaustre y coronado por un escudo en forma de medallón; frontispicios triangulares; una fila de ventanas unificadas por un recercado común, incluido el alfeizar; diversidad de acabados (ladrillo a cara vista, y revocos de distintos tonos); convivencia del alero superior con una cornisa que delimita horizontalmente la última planta, etc.
Dicho así, cabría esperar que de este batiburrillo resultara un bodrio pero Sanz, al igual que la mayoría de los arquitectos de esta época, se desenvolvía con mucha naturalidad en el mundo de los repertorios decorativos y logra combinar hábilmente esa colección tan diversa para conseguir un conjunto armonioso.
Es una pena que un establecimiento que ocupó los bajos comerciales instalara unas marquesinas en vuelo que desfiguraban la fachada pues esta clase de edificios de composición vertical precisan “llegar hasta el suelo”. Los sustitutos las eliminaron pero han dado a sus respectivos pedazos de fachada un tratamiento muy inapropiado, a caballo entre la vulgaridad y la imagen corporativa. El paisaje urbano de la ciudad agradecería la recuperación de la disposición original de los huecos en el zócalo.
Pasando al interior, la planta se organiza en torno a un patio de luces central, con dos viviendas en cada piso de 5 o 6 dormitorios, cocina, comedor y baño, y un largo y tortuoso pasillo que enhebra las piezas. Una de las viviendas vierte luces sobre el callejón que hoy es un pasaje cubierto. En los planos del proyecto obrantes en el expediente municipal figura una escalera de servicio en la parte trasera, tachada con una cruz dibujada a mano, que no llegó a realizarse. Se ve que el promotor prefirió sacrificar la segregación de accesos, rasgo de las viviendas para gente “de categoría” a cambio de la ganancia de una habitación.
En 1947, con proyecto de Juan Torbado Franco, se solicitó licencia para levantar una planta más en la parte trasera. La solución prevista no destacaba por su elegancia, con una inverosímil escalera a la intemperie que volaba por encima de patio interior, privando de luces al dormitorio de una vivienda. Afortunadamente, esta pintoresca operación de exhaustivo aprovechamiento inmobiliario, como si de la matanza del cerdo se tratara, no se ejecutó.
Bibliografía
E. ALGORRI GARCÍA; R. CAÑAS APARICIO; F. J. GONZÁLEZ PÉREZ: León. Casco Antiguo y Ensanche. Guía de Arquitectura, Colegio Oficial de Arquitectos de León, León, 2000, pp. 134-135.