Introducción
Extraña pareja la compuesta por los autores de este proyecto, que nunca trabajaron conjuntamente y pertenecían a generaciones diferentes -Saínz-Ezquerra ya próximo a los 70, veinte años más viejo que Cañas del Río-, cada una imbuida de sus propios conceptos compositivos, funcionales y técnicos.
En la traza general se adivina la predominancia del más veterano, tanto en la planta como en las fachadas que no exhiben el imponente monumentalismo que caracteriza la obra de Cañas durante la posguerra.
Probablemente la asociación vino impuesta por el promotor, la Caja de Ahorros local, que habría de contemporizar con las distintas redes de influencias inherentes a una pequeña ciudad provinciana. De todos modos, resulta llamativo que una entidad de esa naturaleza dedicara sus esfuerzos a la promoción inmobiliaria de lujo en un panorama de penuria y una buena parte de la población sumida en la dura lucha diaria por la subsistencia. Se ve que la “Piedad” que adornaba la denominación de esa entidad financiera y asistencial se aplicaba a otros menesteres.
Cuando se aborda la construcción de este edificio la calle Burgo Nuevo no tenía aprobada la alineación oficial en este tramo. Su definición es objeto de un expediente en el que obra un informe del arquitecto municipal, ¡el propio Sáinz-Ezquerra! que a modo de “Juan Palomo” (Yo me lo guiso, yo me lo como), proyecta y a la vez interviene en la autorización. Bien es cierto que entonces no regían las incompatibilidades que, por simple obviedad, se impusieron 20 años más tarde.
Descripción y análisis
El rasgo más singular de la parcela, con una superficie de 677,33 m2 y forma casi rectangular, es un pequeño mordisco en la esquina de la calle Burgo Nuevo con Villa Benavente que genera un segundo plano de fachada con una exigua longitud de 3,5 m.
La planta está organizada como si este accidente no existiera, con una ocupación completa del solar y un esquema de cinco crujías paralelas a la calle Burgo Nuevo, cuatro patios de luces en la central, la caja de escaleras en la cuarta y las dependencias de la quinta, que llega hasta el fondo, vertiendo luces al patio de manzana.
Sobre esta urdimbre se trama una distribución de 3 viviendas por planta con largos pasillos centrales jalonados por estancias a ambos lados, las de servicio en torno a los patios de luces. El programa funcional es prolijo, de 8 o 9 habitaciones, cocina, baño, retrete, despensa y ropero, siguiendo el modelo doméstico de la época sin cuarto de estar netamente diferenciado.
Verticalmente se estratifica en sótano para instalaciones de calefacción y carboneras, zócalo comercial, piso principal de oficinas, 4 plantas-tipo residenciales y un ático con tres viviendas más pequeñas.
Las fachadas presentan el inconveniente de longitudes muy desiguales y los arquitectos solventan el problema articulando un alzado doblemente simétrico en la calle Burgo Nuevo, integrado por dos cuerpos en vuelo que flanquean la columna de vanos central, a la que pertenece la entrada al edificio, y en los que destacan sendos torreones que se replican en la fachada a la calle Villa Benavente. La composición de vanos y macizos está aliñada con un historicismo comedido que alcanza su expresión más decorativa en el frontispicio que corona el portal.
El elenco de técnicas y materiales es el propio de entonces: muros de carga de fábrica en el ladrillo en el perímetro y pilares de hormigón en el interior, embutidos entre dobles tabiques para que no sean patentes, forjados de “ferroladrillo”, escaleras de doble bóveda a la catalana, carpintería de chopo del país y, muy probablemente, un revoco pétreo en los paramentos exteriores, que no ha sobrevivido.