Introducción
El encargo dimanó de un concurso de proyectos ganado por Claudio Carmona Sanz y Luis Gimeno Rovira, arquitectos poco conocidos y radicados en Barcelona, cuyo logro profesional más notorio fue la obtención de una Mención Honorífica en otro concurso, convocado en 1958 por el Colegio de Arquitectos de Cataluña, para construir su sede en un lugar tan emblemático como comprometido, enfrente de la catedral de Barcelona.
La revista de arquitectura más importante de ámbito nacional (Arquitectura) dedicó un reportaje al proyecto de León en su número 163 (1955), explicando las ideas justificativas de la opción elegida así como la modestia de los propósitos de sus autores, que buscaban “una solución que huyese por igual del excesivo espíritu conservador y de las demasiado avanzadas ideas progresistas” en una línea de “sobria dignidad (...) planteándose como fundamentales problemas de circulación, iluminación y sencillez”. A la vista del resultado sesenta años después, puede afirmarse que lo consiguieron.
Descripción y análisis
Sobre una parcela grande, de 1.427 m2, y con fachada a dos calles, el edificio se implanta en la trama urbana de modo preciso a la vez que respetuoso con las pautas tipológicas del Ensanche mediante la descomposición del volumen en tres cuerpos: dos extremos, dando frente a su calle respectiva, y otro central que los conecta, de traza circular, concéntrico con la plaza de la Inmaculada.
En la planta baja de este cuerpo central se ubica la “sala de operaciones” flanqueada por sendas zonas de trabajo, una a cada lado, iluminadas cenitalmente mediante unos lucernarios circulares inspirados en la sala de lectura de la biblioteca de Viipuri, proyectada por el arquitecto finlandés Alvar Aalto, que finalmente no se ejecutaron, alterando notablemente el carácter de este espacio.
Los alzados también cambiaron respecto de la propuesta presentada al concurso. La solución elegida para la Gran Vía optó por un aspecto más moderno y neutro desde el punto de vista icónico, en vez de la impostada entrada de la propuesta original en forma de portada monumental de doble altura, enmarcada por pilastras y un mural vidriado. A su vez, los huecos de la planta superior se asimilaron a los demás, dándoles el mismo tratamiento, para eliminar de este modo el concepto compositivo de cornisa y, en consecuencia, la división tripartita propia de la arquitectura con ecos clasicistas.
Las fachadas que hoy se contemplan, revestidas con chapa plegada de zinc de color gris oscuro, son el resultado de una rehabilitación energética emprendida en la segunda década del siglo XXI que indudablemente habrá reportado beneficios para la reducción de emisiones a la atmósfera pero también ha supuesto una alteración absoluta de la imagen original, principalmente por el recurso a un acabado metálico y apagado, de textura anodina, que aminora los efectos de contraste entre luz y sombras proyectadas, confiriendo al edificio un aire entre tristón y taciturno que estimula poco al contribuyente, ya de por sí con tendencia a encarar el organismo público que alberga sin demasiado ánimo.
Una reforma del interior ha alterado el “patio de operaciones”, ahora segregado en dos zonas: de trabajo y espera pública. Aun así, la separación con un lienzo de vidrio transparente conserva en cierta medida la continuidad espacial.
Sin aspavientos, el edificio muestra una considerada atención a su entorno inmediato. En la Gran Vía de San Marcos levanta cinco plantas y una menos en Santa Clara, en concordancia con el ancho de la calle. Las dos alas tienen el mismo fondo construido que sus homólogas del “Gobierno Civil” (hoy subdelegación del Gobierno) del que adopta también como referencia la altura de cornisa que a su vez coincide -tal vez sea una afortunada casualidad- con una imposta de la casa Ceremonias, vecina por el lado opuesto.
Nos encontramos en suma, ante un edificio sobrio y eficaz, tal como propugnaban sus proyectistas, que cumple sus cometidos funcionales y urbanísticos con discreción. Sin proponérselo, porque es anterior, en cierto modo alecciona a la sede de la Delegación de Trabajo (antiguo INEM), mostrando que la apuesta por la arquitectura de autor no está reñida con una presencia gentil.
Bibliografía
Arquitectura nº 163, Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid, Madrid, 1955, pp. 17-20