Introducción
El barrio de la Palomera es uno de los desarrollos de la ciudad promovidos en la última década del siglo XX, una vez que los propietarios de suelo locales acabaron por asumir las obligaciones de cesión, reparcelación, etc., que imponía la legislación urbanística y a las que se resistieron durante dos décadas, con el apoyo de las primeras corporaciones municipales democráticas, a cuya composición y acción política no fueron ajenos.
Esta zona de expansión, casi lindante con el recinto amurallado por su lado oriental, entre la trama urbana histórica y el campus universitario, se estructura a partir de un modelo híbrido, basado en la combinación de viales amplios y grandes espacios libres públicos con zonas compactas de alta densidad, en manzana cerrada, a veces demasiado abigarradas.
Socialmente acoge una población de clase media y funcionalmente, escasa de equipamiento comercial, es tributaria de las tiendas de artículos de consumo cotidiano localizadas en zonas contiguas.
Descripción y análisis
Este inmueble, de 60 viviendas y dos sótanos de trasteros y garaje, se erige sobre una parcela muy grande (2.375 m2) que representa cerca de la mitad de la superficie de la manzana, con un largo desarrollo de fachada dividido en dos tramos contiguos de 41,5 y 65,0 m respectivamente, que se intersectan en una esquina aguda, y un tercero separado por un edificio intermedio.
De acuerdo con el planeamiento urbanístico, el volumen sobre rasante, de 15 m fondo y tres crujías se adosa a la alineación de la calle, a fin de de cerrar la manzana con un frente de fachada continuo.
Anticipando la caída de la demanda de locales para pequeño comercio, la mayor parte de la planta baja se dedica a porche o a soportales, que en la calle Buen Suceso contribuyen a aligerar la mole, a la vez que mejora la proporción de la acera, demasiado estrecha para estar flanqueada por un lienzo continuo de 23 m de altura. Los porches están vinculados al patio de parcela, con el ánimo de crear un espacio comunitario que no parece que haya tenido mucho éxito.
La vivienda tipo es convencional, con el programa estándar de tres habitaciones, cocina, salón y dos baños, pero no se desglosa en zona de día y de noche, como es habitual, con el fin de ofrecer mayor versatilidad funcional. Así, en la crujía delantera se sitúan el salón y un dormitorio con baño propio y en la trasera la cocina y dos habitaciones. En la central, los aseos y un par de dependencias de almacenamiento, necesidad que la oferta inmobiliaria contemporánea ha descuidado sistemáticamente.
La imagen del edificio se concibe bajo un concepto conservador con la clásica división tripartita de zócalo- entablamento -cornisa, y viene determinada por el diseño de la cubierta, con dos faldones en las crujías exteriores que vierten hacia el interior. De este modo, el alzado queda liberado de aditamentos siempre difíciles de integrar, como los canalones y las bajantes, y no son visibles todos elementos que afloran sobre el tejado (chimeneas, aspiradores estáticos, etc.) incluso en las vistas lejanas y panorámicas que el inmueble afronta por su lado más largo.
La fachada es de ladrillo a cara vista, gresificado y destonificado, para que los enormes paños, en los que predomina el macizo, no resulten monótonos. Su composición obedece, entre otros motivos a un carácter autoportante, sin apoyarse sobre la estructura del edificio a fin de que la envolvente aislante sea continua, como vino a promulgarse 15 años después. Las ventanas están recercadas por un telar de acero, pintado en blanco, que remata la fábrica de ladrillo a la vez que hace funciones de dintel y alfeizar. La cornisa está compuesta con ménsulas y placas de hormigón prefabricado.
El edificio ofrece una estampa de tono lacónico e inexpresivo, pues los huecos, todos iguales, no revelan la función de las estancias a las que sirven. El contrapunto se sitúa en la aguda esquina entre las calles Caridad y Buen Suceso donde se erige una esbelta torre cilíndrica, construida con un muro de carga, que aloja en su interior una escalera helicoidal.
Para los más duchos en la materia, el diseño arquitectónico acusa dos influencias principales: una versión tardía del llamado “postmodernismo” y los ecos de los grandes conjuntos residenciales promovidos durante el período de entreguerras por la socialdemocracia centroeuropea, particularmente la vienesa.
En suma, una suerte de retórica proletaria pasada por la túrmix de la pequeña burguesía finisecular.