Introducción
El Colegio de Huérfanos Ferroviarios es una entidad fundada en 1922 por iniciativa de la Asociación de Empleados y Obreros de Ferrocarriles con el doble fin benéfico y docente de sostener y educar a los hijos de los ferroviarios fallecidos. En una primera fase, sin fuentes de financiación fijas y con el apoyo de las empresas ferroviarias, que eran de propiedad privada, se inauguraron los colegios de Madrid (1930) y Torremolinos (1935-1973). Tras la constitución de RENFE, se promulga (10.04.1942) un decreto disponiendo que los todos sus trabajadores contribuyan obligatoriamente a este fin con una cuota mensual. Como consecuencia de esa medida se construyen los centros de Palencia (1953-1982), Alicante (1954-1990), Ávila (1954-1979) y León (1958-1984) que, tras su clausura, fue adquirido por el Ayuntamiento al precio de 245 millones de pesetas. En 1992 se trasladó al edificio el cuartel de la Policía Local; y un año más tarde se inauguró el albergue para peregrinos que recorren el Camino de Santiago. En 2009 el Ministerio de Vivienda comprometió una inversión de 4,9 millones de euros para la rehabilitación integral del complejo, frustrada por los recortes presupuestarios derivados de la gran recesión. Cinco años más tarde el Ayuntamiento promovió la reparación de la cubierta por un importe de 200.000 €.
Pasaron por las enormes instalaciones del colegio miles de alumnos, que no necesariamente cumplían las condiciones del título de la institución, procedentes de toda España, entre ellos el escritor valenciano Rafael Chirbes. El CHF, el Seminario menor y el orfanato de San Cayetano constituyen los tres principales equipamientos docentes y residenciales que en León atendieron las necesidades de un momento histórico caracterizado por la expansión demográfica y economías familiares muy ajustadas.
Descripción y análisis
El solar se encuentra en una zona adjunta a la confluencia de los ríos Bernesga y Torío, un lugar estratégico desde el punto de vista geográfico, donde había un soto, y que después de la Guerra Civil fue ocupándose de un modo improvisado con usos dotacionales: parque hípico, pista de atletismo del “Frente de Juventudes” -en denominación de la época-, cárcel, instalaciones deportivas de una sociedad recreativa, etc. Fue fruto de la generosa donación municipal pues el terreno presenta unas condiciones magníficas, con una extensión de algo más de cuatro hectáreas, en un recinto horizontal y de perímetro regular, salvo una especie de extraño bocado en su lado oriental.
El complejo tiene en planta una forma de anillo incompleto en torno a un gran patio central, con un tramo abierto en el lado nororiental. Se compone de tres pabellones desiguales, retranqueados respecto de los linderos. El principal abarca la mayor parte del perímetro y se remata con los otros dos, situados respectivamente en los lados NE y SE. Esta disposición parte de una premisa equivocada por parte del arquitecto. Cabe suponer que no visitó León, o vino en un día nublado, y situó erróneamente los puntos cardinales, debido a la pauta cartográfica, recurrente en los planos históricos de la ciudad, de representar el Bernesga en paralelo al borde inferior, contraviniendo la norma de que el norte se sitúe arriba. Tal metedura de pata se agrava con la importancia que otorga a los aspectos climáticos a la hora de justificar la solución adoptada pues allí donde habla del norte se trata en realidad del este, y así sucesivamente.
El pabellón principal es un edificio enorme con un desarrollo de fachada de 150 m al Paseo del Parque, 75 en el lado perpendicular y 50 más en el trasero, con un fondo medio de 13 m y tres plantas de altura. Se estructura de modo estratificado con la planta baja para los servicios generales, la primera dedicada principalmente a usos docentes y la segunda de “zona de noche” con dormitorios colectivos, de profesores y cargos directivos de la institución. El programa funcional es muy prolijo, regido por un principio autárquico, de autosuficiencia, en sintonía con un discurso ideológico y político que a finales de la década de los cincuenta del siglo XX ya se había quedado anticuado para disgusto de los falangistas más puros. Así por ejemplo, disponía de iglesia, con posibilidades de acceso desde el exterior, peluquería e incluso panadería.
En los conceptos estilísticos el edificio también arrastra un evidente anacronismo pues su severidad compositiva con resabios clasicistas remite al historicismo imperial de imitación escurialense, más propio de la inmediata posguerra que de los albores del desarrollismo. Todo ello, además, con un aire tristón y opresivo, de internado cuartelero, muy apropiado para inocular el sentido de la disciplina a la masa de adolescentes allí encerrados. Este lenguaje solemne se hace patente en los zócalos, pilastras y cornisas de sillería, en la cubierta de faldones de pizarra y, sobre todo, en el acceso principal situado en el chaflán de la esquina NO, que se destaca con una escalinata imperial y un orden de pilastras y arquitrabe en la fachada. Aún así, los alzados exteriores acusan la estratificación funcional, con diferentes tipos de hueco para cada planta, en un gesto de sinceridad afín a conceptos compositivos más modernos.
Los dos pabellones secundarios aportan un contrapunto, que se agradece. Uno (NE), bien proporcionado y con un aspecto de casino minero. El otro (SE), más fabril, y una composición diferente y más variada de los huecos. Al conjunto le vendrían bien algunos árboles en el inhóspito patio de recreo, hoy convertido en estacionamiento.