Introducción
En menos de cinco años, un plazo brevísimo hablando de procesos urbanísticos, la plaza de Santo Domingo se convirtió en el centro moderno de la ciudad, delimitado de este a oeste por la casa Roldán, el Casino, almacenes Pallarés y la casa Goyo, cuatro edificios levantados de modo casi simultáneo y que un siglo después siguen ostentando una condición destacada.
En el Casino se añade su posición estratégica, frontal respecto de la avenida Ordoño II y fondo de la perspectiva urbana más atractiva y pedagógica de todo León, formada por la superposición en orden cronológico de una muy competente y poderosa muestra de la arquitectura del siglo XX, el palacio renacentista de los Guzmanes y la gótica catedral de Santa María de Regla, cuyas torres se asoman por encima.
Como sucede con frecuencia en el mundo de la arquitectura, el encargo le llegó a Fernández Balbuena a través de un concurso, si bien es cierto que un familiar muy directo ejercía la presidencia del Casino. Sospechas de nepotismo aparte, la elección valió la pena pues el arquitecto estuvo a la altura, regalando a la ciudad un modelo arquitectónico inédito, que además no ha tenido herederos.
Comparando la fachada presentada al concurso con la finalmente ejecutada, parece claro que al autor le vino muy bien la posibilidad de madurar la propuesta, que indudablemente salió ganando, despojada parcialmente de la carga ornamental y, sobre todo, de unos tejadillos pintorescos que sobrecargaban el volumen.
Descripción y análisis
La parcela es casi rectangular, con el lado trasero en forma de dientes de sierra, un desarrollo frontal de 28 m y transversal de 17 m al norte y 20 al sur.
La planta propone un trazado simétrico estricto, a partir de la mediatriz de la fachada a la plaza, que se define como eje principal donde se ubica, al fondo, la escalera de 3 tramos y ojo central. Las únicas licencias se localizan atrás, obligadas necesariamente por la irregularidad de la linde oriental. El edificio se planteó a lo grande con 2.200 m2 construidos y un programa funcional muy completo. Bajo rasante, las dependencias de servicio: instalaciones, cocina, aseos, limpiabotas, peluquería y bar. Por encima, tres plantas consagradas a la vida social, con salones de café en la planta baja y, abarcando la totalidad de la planta primera, un gran salón de fiestas, que se proyecta al exterior mediante balconadas en sus tres lados, dotado de un espacio central de doble altura sobre el que asoman dos salones menores. La planta tercera se destinaba a caja y salas de juego con respectivas terrazas en las azoteas de los cuerpos laterales, que sustituyeron a los tejadillos previstos en el proyecto inicial. Por último, un ático en planta con forma de T .
Este esquema de organización espacial se hace patente al exterior mediante una descomposición en 5 volúmenes -dos torres traseras, dos cuerpos laterales y uno central- alternados en altura.
A partir de esta configuración, la decisión principal del proyecto estriba en la elección de los materiales de los muros de fachada y el arquitecto opta por el ladrillo a cara vista, preferencia que caracteriza a un conjunto de arquitectos, agrupados en torno la revista Arquitectura, que podrían definirse como vanguardistas en los conceptos y conservadores en las formas. Esta postura, les conducirá a una suerte de ejercicio ambiguo, entendido en un sentido no peyorativo, que intenta conciliar la modernidad con el manejo de referencias históricas o provenientes de la construcción tradicional. Así por ejemplo, la disposición de los huecos conculca en cierto modo las pautas tradicionales, propias de los muros de carga, pues los más grandes se sitúan en las plantas inferiores, disminuyendo a medida que se sube, cuando el progresivo aumento de las tensiones, según se baja, aconsejaría lo contrario.
El ladrillo a cara vista, es una técnica artesana que deja en los paramentos la impronta del artífice así como su grado de destreza, puesta de manifiesto en este edificio en el rico repertorio decorativo de arcos y recercados, que resaltan el recorte de los vanos sobre el fondo macizo. La voluntaria limitación a un sólo material, otorga al edificio una estampa unitaria aunque, visto con detalle, a cada planta corresponde, con algunas salvedades, un tipo de hueco diferente, y el elenco ornamental es profuso y heterogéneo. Acompañan al ladrillo un zócalo de sillería, con una factura envidiable por la precisión en el ajuste de las piezas, y un tachonado de conchas que tapiza los lienzos de los tres cuerpos altos, de indudables reminiscencias historicistas.
No obstante, las influencias que subyacen en el diseño de las fachadas abarcan un ámbito intelectual y geográfico muy amplio, que podrían llegar incluso al arquitecto norteamericano Henry H. Richardson (1838-1886).
El empleo de la pizarra restó protagonismo a la cubierta pues ese material ofrece unos faldones más inexpresivos, sin textura, cuyo color oscuro y contrastado con el ladrillo sirve para conformar una coronación patente pero neutra, que cede el protagonismo a las fachadas.
La naturaleza híbrida del edificio también se manifiesta en los aspectos constructivos, que combinan muros de carga tradicionales y espacios diáfanos de luces libres muy generosas, de hasta 12 m, con la particularidad de que el proyecto no define la configuración de la estructura portante.
La remodelación emprendida en los años 70 del siglo XX por el Banco de Bilbao supuso la desfiguración completa del interior y el añadido de una fea espalda, con un innoble acabado que destaca muy desfavorablemente en las vistas traseras, desde la embocadura de la calle Ancha.
Bibliografía
E. ALGORRI GARCÍA; R. CAÑAS APARICIO; F. J. GONZÁLEZ PÉREZ: León. Casco Antiguo y Ensanche. Guía de Arquitectura, Colegio Oficial de Arquitectos de León, León, 2000, pp. 160-163.
M. SERRANO LASO: La arquitectura de León entre el historicismo y el racionalismo. 1875-1936, Universidad de León, León, 1993, pp. 265 y 270-271.