Introducción
Ya antes, en el mismo emplazamiento había un edificio que cumplía las funciones de casa de poridad. En 1528 su estado de conservación no debía ser muy boyante porque el emperador Carlos I autorizó la celebración de los "ayuntamientos" de la ciudad en los palacios reales. Se emprendieron también algunas obras de reparación de resultado no muy duradero pues en 1584 la corporación municipal solicitó a Felipe II facultades para efectuar una sisa de 2.000 ducados. Concedido el permiso, se organizó una especie de concurso ganado por Juan de Ribero en competencia con Baltasar Gutiérrez, maestro de cantería que también ejercía en León.
Con gran premura, la obra comienza en septiembre de ese mismo año, documentándose profusamente toda su gestión en un expediente que ha llegado hasta nuestros días. En los primeros meses de 1586 ya se habían ejecutado los lienzos de las fachadas y en noviembre el edificio estaba concluido. De hecho, en mayo de 1588 un entallador francés asienta las bancas de los regidores. Aún así, una obra tan rápida tuvo también su coda pues en septiembre de 1588 la corporación pidió urgentemente a Ribero que interviniera en la sala antigua, adyacente al nuevo edificio, dado que "se hundía por estar podridas las vigas y maderamientos del suelo prençipal y las tapias de tierra...". El arquitecto, que no era ambicioso desde el punto de vista económico según apuntan numerosos indicios, financió desprendidamente la reparación.
En 1846 se inauguró en el solar contiguo un edificio teatral, bautizado como “Principal”, que vino a sustituir a un “Patio de Comedias” cuya existencia se remontaba por los menos al s. XVII. Su vida útil no fue tranquila, con sucesivas reformas en 1860, 1983 y 1910 hasta que se derriba en una larga agonía iniciada en 1964 y que se prolongó dos años.
El edificio que hoy contemplamos, resultante de esa demolición y de algunas intervenciones -una de ellas cruenta- sobre el proyecto de Ribero, lleva la firma del arquitecto municipal Prudencio Barrenechea (1962). Algunas fuentes sugieren también la participación de Felipe Moreno Medrano o Luis Menéndez-Pidal.
Descripción y análisis
Corresponde a Ribero Rada el ala septentrional, es decir, la que mira hacia la iglesia de San Marcelo, aunque con algunas alteraciones. La fachada a la calle Legio VII constaba originalmente de siete tramos o calles a los que Barrenechea añadió dos. A su vez, en el alzado a la plaza de las Palomas sacrificó el último en una dudosa operación que, aunque con una larga tramitación, fue finalmente autorizada.
El historiador Javier Ribera evalúa este proyecto como el mejor de Ribero en León, impregnado de un rico repertorio de influencias emanadas de los tratados renacentistas que manejaba el arquitecto.
Con esos fundamentos, las fachadas se organizan bajo un concepto de repetición rítmica y una composición netamente horizontal, inducida por la proporción general y la disposición de un balcón corrido en la planta primera. Estas trazas se materializan con sillería de la dorada piedra de Boñar, fábrica cara al autor y omnipresente en todos sus proyectos.
En una contemplación general, los dos lienzos de Ribero ofrecen un aspecto muy similar que deja de serlo cuando se observan en detalle. El oriental es mucho más rico decorativamente con semi-columnas de orden dórico-toscano en la planta baja y jónico en la alta. Por su parte, el lienzo norte es más sencillo y plano, con pilastras entre los vanos, y presenta actualmente una disposición asimétrica pues el vano de entrada en arco de medio punto quedó descentrado como consecuencia de la prolongación reseñada. Este tratamiento desigual tal vez fuera decidido por el proyectista atendiendo a la diferente incidencia solar en cada lado y los efectos de contraste entre luz y sombra que, obviamente, al norte no se producen.
Para la ampliación Barrenechea manejó un criterio claro y sencillo, basado en la simetría. Al sur reprodujo un ala idéntica, que por la forma del solar tiene un desarrollo más corto en la calle Arco de Ánimas, y en el medio de la fachada principal, a la plaza, plantó un poderoso cuerpo central que sobresale por altura y la alineación avanzada. Este elemento fue objeto de varios diseños. Inicialmente se planteó una alternativa más monumental con tres vanos mayores que sus homólogos de las alas y un orden gigante coronado por un arquitrabe que tapaba los faldones de la cubierta. Finalmente se impuso una solución, parece que propugnada por Menéndez-Pidal, más acorde con el edificio de Ribero, compuesta por 5 tramos iguales a los originales, realzados con un friso de medallones circulares. Todo ello rematado con una “peineta” heráldica que se trasladó desde el ala septentrional.
El interior está muy alterado. De la fase original destaca la escalera noble de tipo imperial y antepecho de balaustre de piedra. En 1944 se aliñó con una vidriera realizada del taller de Basuto-González sobre cartón de Santiago Eguiagaray que representa una procesión de la Virgen del Camino escoltada por los pendones.
A su vez la escalera de la ampliación lleva incorporadas dos vidrieras de Luis García Zurdo tituladas “El cortejo de los Reyes de León” y “El hombre quemándose en la historia”, auténtica premonición de los sentimientos ciudadanos ante algunos episodios de la gestión municipal.
Bibliografía
E. ALGORRI GARCÍA; R. CAÑAS APARICIO; F. J. GONZÁLEZ PÉREZ: León. Casco Antiguo y Ensanche. Guía de Arquitectura, Colegio Oficial de Arquitectos de León, León, 2000, pp. 96-97.
J. RIVERA BLANCO: La arquitectura de la segunda mitad del siglo XVI en la ciudad de León, Instituto "Fray Bernardino de Sahagún", León, 1982.