Introducción
La gran manzana que alberga el Conservatorio, la Biblioteca Pública, Correos, el edificio Fierro o el Instituto de Higiene es la herencia urbana de una efímera Real Fábrica de tejidos e hilados que se estableció en León en tiempos de Fernando VI -el segundo Borbón-, y del gigantesco hospicio promovido por el Obispo Cuadrillero en torno a 1790.
Este último ocupaba aproximadamente la mitad meridional de la manzana, con una larguísima fachada principal (110 m) mirando a lo que hoy es el Parque de San Francisco, y una planta articulada en torno a cinco patios con la iglesia en el centro.
Todo el complejo fue demolido a principios de la década de los 60 del siglo XX. El arquitecto provincial Felipe Moreno propuso la construcción en una parte de ese enorme vacío de una Casa de la Cultura, una de cuyas alas se dedicaría a conservatorio. La idea de conjunto no cuajó, dando inicio a una práctica de implantación de edificios sin un proyecto global que ha supuesto la pérdida de una extraordinaria oportunidad para dotar a León de un ágora ciudadana y cultural.
El conservatorio se levantó sobre la esquina suroeste en una posición que el arquitecto municipal Prudencio Barrenechea (informe de 11.03.1963) propuso desplazar ligeramente hacia el norte con el fin de posibilitar la prolongación de la calle República Argentina, que habría de desembocar en una gran plaza donde también convergerían la avenida de Madrid (Miguel Castaño), la calle Independencia y el bulevar de Lancia. La idea, que puede tildarse de megalómana, recoge sin embargo una constante del Ensanche, consistente en el remate con espacios o elementos significativos de sus ejes principales.
Descripción y análisis
Este edificio es una buena demostración de que la idea de permanencia y estabilidad, asociada comúnmente con la arquitectura, es compatible con la materialización por fases, según evolucionen las necesidades. En el fondo, ningún edificio puede darse por concluido, todo lo contrario, su inauguración no es más que el comienzo de una azarosa y cambiante vida.
En 1963 se proyecta un pabellón de planta rectangular (43,0 x 14,5 m), semisótano y tres plantas sobre rasante cuyo lado largo se dispone hacia el parque de San Francisco. Tiene estructura de pilares metálicos, para acelerar la construcción, según dice el arquitecto, y cubierta a cuatro aguas. El programa funcional es sencillo, con carboneras y almacenes en el semisótano, una pequeña zona administrativa y de dirección junto a la entrada y el espacio restante dedicado a los usos docentes con aulas a ambos lados de un pasillo central. Como era habitual en la época, el conserje y su familia disponían de una vivienda en el propio edificio.
Los alzados están resueltos con sencillez y rigor geométrico, mediante el encaje de las ventanas dentro de un recercado reticular que sobresale del plano de fachada. A su vez, se combinan tres acabados: una sillería “desconcertada” en el zócalo, ladrillo a cara vista en los lienzos y la retícula aplacada con piedra caliza.
El acceso era indirecto, desde Santa Nonia, ascendiendo a una plataforma elevada cinco peldaños por encima de la rasante de la calle para entrar al edificio por su fachada norte con un giro de 90º.
Casi veinte años después, la Diputación promueve una ampliación que duplica la superficie construida mediante el adosado por el lado norte de otra ala y un salón de actos, dejando en el centro un patio de luces. También se realza una planta el pabellón original, igualando la altura de la cornisa del conjunto con la salvedad del volumen del salón de actos que sólo levanta una planta sobre rasante.
Funcionalmente la ampliación sirve para aumentar la dotación de aulas a la vez que se aprovecha el nuevo semisótano para garaje. La transformación más significativa se opera en la fachada a la calle Santa Nonia, que gana en categoría con una composición simétrica y frontal, que contrasta con su posición tangente al trazado viario, en la que sobresale un atrio de entrada que mantiene la posición del punto de acceso si bien con un concepto opuesto, absolutamente clásico.
Se mantiene el protagonismo de la retícula volada como principal componente de los alzados aunque al invadir la acera a una altura inferior a la estatura normal se convierte en un peligroso obstáculo que obligó a colocar unas vallas protectoras de invidentes y despistados. El proyecto preveía el empleo del recercado sobresaliente en los paños correspondientes al salón de actos. No se llevó a cabo, dejándolos ciegos, solución más conveniente para el grado de hermeticidad que requieren esta clase de espacios.
En 1993 se acomete la última fase consistente en la remodelación de la mayor parte de la planta baja con objeto de convertir el salón de actos en una auténtica sala de conciertos para una capacidad de 300 espectadores, dotada de camerinos, foyer y acceso propio. Este último ocupa un lugar muy comprometido, contiguo a la sede de Correos, edificio que en los ámbitos profesionales constituye una de las referencias ineludibles de la arquitectura española del último cuarto del siglo XX. Los autores del proyecto, que eran muy jóvenes (no mayores de 35 años), afrontan el desafío mediante un diseño muy detallista de todos los elementos y en especial de la marquesina con una robusta estructura horizontal de madera, que con los años se ha deformado excesivamente en su extremo volado, y livianos pilares de acero inoxidable. El mismo esmero se despliega en las taquillas, la rampa, un reloj en una torreta que sirve de reclamo o un amable banco para auxilio de los fatigados. Lamentablemente, poco después de la terminación de la obra alguien decidió incomprensiblemente condenar todo este despliegue.
En el interior se repite la factura delicada en la totalidad de los pormenores, destacando el techo suspendido de la sala de conciertos, compuesto de unas escamas curvas realizadas con madera de iroko que se entronca con la pared del fondo mediante unas evocadoras formas arborescentes.