Introducción
El encargo de este proyecto se adjudicó mediante un concurso de anteproyectos, método que, asombrosamente, ha gozado de una prestigiosa vitola entre los arquitectos. En principio, la idea no suena mal: recurrir al criterio de calidad profesional frente otras opciones menos defendibles como la oferta económica a la baja o el amiguismo. El problema estriba en el enorme desequilibrio entre lo que aportan y ganan las dos partes implicadas. La entidad pública convocante recibe, prácticamente por la cara, una cantidad ingente de trabajo que supone mucho dinero en recursos materiales y, especialmente, humanos, a costa de los esforzados e ilusionados, por no decir ilusos, participantes que aspiran a resultar ganadores en una suerte de azarosa lotería pues, además de la numerosísima competencia, en demasiadas ocasiones los jurados ejercen su función con ligereza.
Historia
Al concurso de anteproyectos, convocado por el Ayuntamiento de León en 1998, concurrieron dieciséis equipos, principalmente de León y Madrid. Las bases del concurso instituía un nutrido jurado con mayoría de profanos, entre los que se incluían representantes de los grupos políticos municipales. Cabe calificar su actuación de expeditiva pues despachó el fallo en cuatro horas y en una escueta acta que, despojada de la parte protocolaria, no pasaba de ocho sucintas líneas.
Resultó ganador un emergente estudio madrileño integrado por los arquitectos Javier Fresneda y Javier Sanjuán, especializado en esta clase de convocatorias, como había demostrado poco antes, ganando también el concurso del Instituto de Investigación de Medio Ambiente de la ULE.
En segundo lugar quedaron los arquitectos locales Ramón Cañas y Ángel Panero, con una propuesta ajustada al programa, como destacaba el acta del jurado y, en el tercero, Antón García-Abril que planteaba el sacrificio íntegro del edificio existente, en sintonía con su ejecutoria posterior de “arquitectura de autor”, poco proclive a adaptarse a los condicionantes.
El proyecto fue redactado el mismo 1998 aunque posteriormente, un año después, hubo de sustituirse por un proyecto modificado, en una práctica desgraciadamente muy habitual en los encargos derivados de concursos de arquitectura.
Descripción y análisis
El Centro Cívico de León Oeste se erige en un solar de forma alargada que albergó el depósito de máquinas de la antigua Jefatura de Obras Públicas, como reza un rótulo de azulejos sobre uno de los muros de ladrillo originales que se han conservado.
Con una redacción bastante desaliñada, que alimenta el tópico del arquitecto ágrafo, la memoria del proyecto resume los criterios de actuación, basados principalmente en la disposición de diferentes volúmenes, funcionalmente especializados y articulados mediante espacios libres intersticiales. Así, el volumen alto aloja aulas y dependencias administrativas; en el extremo norte se sitúa el salón de actos con la biblioteca encima y un gimnasio debajo; dos de los antiguos pabellones, más bajos, se dedican a guardería y centro de la tercera edad, en una curiosa contraposición entre el inicio y el final de la vida; y, por último, un deambulatorio conecta las distintas partes y sirve de espacio expositivo.
El edificio está hábilmente encajado en el contexto urbano, con el cuerpo más alto (23,75 m de altura) dando frente a la glorieta, a la vez que tapa las medianeras de los inmuebles contiguos. Probablemente, la pieza mejor resuelta sea la septentrional, con cubierta en forma de dientes de sierra mirando al norte, que sirven para dotar a la biblioteca de una iluminación natural homogénea, exenta de radiación solar.
Los dos pabellones supervivientes (guardería y tercera edad) se suplementan con una planta más, acabada en la totalidad de su envolvente con chapa de zinc, aplicando una estrategia de contraste con lo antiguo, a la que son muy afines los arquitectos dedicados principalmente a la nueva planta.
El deambulatorio es la pieza más deudora de las modas del momento, que también rigen en una disciplina perdurable como la arquitectura, con fachadas de tablero fenólico, que ha envejecido razonablemente, y, en la planta baja, un bosque de esbeltas columnas, dispuestas de modo irregular, verticales o inclinadas.
La estampa del edificio es adusta, protagonizada por un elenco de materiales escueto: ladrillo de los viejos muros, hormigón desnudo de color blanco en las plantas de zócalo de las partes nuevas y chapa de zinc en cubiertas y fachadas, Este último acabado es responsable del sobrecalentamiento durante la época estival, particularmente intenso en las aulas del cuerpo alto, hasta unos niveles que las convierte en inhabitables o en un sumidero de energía consumida por instalaciones de climatización a la máxima potencia.