Introducción
Todos los edificios transmiten un mensaje, y algunos con particularidad intensidad.
El adusto edificio que alberga la Facultad de Filosofía y Letras nos habla del encendido anhelo por la consecución de una universidad propia en la octava década del siglo XX, cuando León pertenecía al distrito de Oviedo. Pero también evoca, visto en perspectiva, el añorado papel de la desaparecida Caja de Ahorros local en el fomento de iniciativas inasequibles para la débil sociedad civil leonesa e incluso para sus instituciones políticas.
Historia
Para el diseño del campus, denominado Centro Universitario, la Caja de Ahorros encargó la elaboración de un Plan Director al Gabinete Delfos, que planteó una propuesta global y unitaria, definiendo las dimensiones y tipología de los distintos “centros de estudio”.
Posteriormente se redactó el Plan Parcial y la Comisión Provincial de Urbanismo aprobó el proyecto de urbanización el 15 de noviembre de 1977. Ocho días después el Ayuntamiento concedió una licencia provisional para la realización de excavaciones y movimientos de tierras.
La documentación del expediente municipal trasluce que los trámites administrativos fueron a remolque de la construcción del edificio, terminado en mayo de 1979, pues, tres años más tarde, el Director General de la Caja de Ahorros todavía presentaba una solicitud para que el Ayuntamiento concediera la licencia de obras.
El proyecto del edificio fue redactado por el arquitecto Julio García Lanza. En la dirección de obra colaboraron Ramón Cañas Represa y Jorge González Lanza pues en aquella época era obligatoria la participación en esta fase de arquitectos locales, cuando el autor del proyecto era foráneo.
Descripción y análisis
El edificio se proyectó dentro de una parcela horizontal y rectangular, de 76,8 m de ancho (E-O) y 116,9 m de largo (N-S), bajo la premisa de que iría ampliándose por prolongación hacia el norte. Anidaba en ese planteamiento la idea de un modelo arquitectónico único para todos los edificios del campus, que quedó frustrada ya desde muy pronto pues la Facultad de Biológicas no se sujetó a ese criterio.
Inicialmente habría de servir como Colegio Universitario de Letras y Derecho para acabar como Facultad de Filosofía y Letras.
Aparte de esa metamorfosis, el proyecto estaba condicionado por la heterogeneidad del programa funcional, con dependencias muy diferentes en tamaño y prestaciones. Además del aula magna, tres formatos de aulas con capacidades de 100-120, 50-60 y 25-30 plazas, biblioteca, laboratorio de idiomas, 40 despachos para profesores, zona de dirección y administración, más otras dependencias auxiliares como librería, aseos, cuartos de bedeles, guardarropa, teléfonos, aseos y salas de instalaciones. En total 9.919,48 m2, construidos en tres plantas sobre rasante, sin contar el sótano.
A esta diversidad se añade un alto grado de indeterminación pues, como rezaba la memoria del proyecto, defendiendo un criterio de flexibilidad, “los sistemas educativos no están claros en la actualidad y, por otro lado, pueden ser cambiantes las materias que se estudien dentro del edificio”.
En suma, un auténtico y apasionante desafío para el proyectista.
Simplificando, en esa tesitura caben dos salidas: el estuche o la caja.
La opción del estuche consiste en descomponer el inmueble en piezas especializadas, diseñadas expresamente para una función concreta, a la que se adapta su forma.
Por el contrario, en la caja rige la indeterminación, con espacios neutros, susceptibles de compartimentación y habilitación según surjan las necesidades.
El estuche se inscribe plenamente en la escuela funcionalista moderna mientras que la caja pertenece a la estirpe, más histórica, de los contenedores indiferenciados, empaquetados en un volumen unitario.
El arquitecto se decantó rotundamente por este última, que incluso se manifiesta en la propia forma paralelepipédica del edificio, articulada mediante una retícula modular, a partir de la unidad 3,6 x 3,6 m, que por adición ofrece un repertorio variado: aulas pequeñas (7,2 x 7,2 m), aulas medias (10,8 x 7,2 m), aulas grandes (18,0 x 10,8 m). De este modo “la flexibilidad de acomodación a cualquier programa es extraordinariamente sencilla”, según asevera la memoria del proyecto.
A partir de esta decisión, la planta del edificio, rectangular y simétrica, se organiza recurriendo a un esquema muy sencillo y largamente utilizado en la historia de la arquitectura: en torno a un vestíbulo o patio cubierto central y dos patios a cada lado.
A ese gran vestíbulo, en triple altura e iluminado cenitalmente con claraboyas piramidales, se asoman las dos plantas superiores con la particularidad de que las principales circulaciones son tangentes al vacío central, reforzando su protagonismo.
Para las generaciones veteranas que participaron de la vida universitaria durante el franquismo, el vestíbulo evoca ineludiblemente la agitación asamblearia estudiantil que se concitaba en aquellos espacios que por su propia configuración están destinados a servir de condensadores de las inquietudes colectivas. En un ambiente político más relajado, en plena democracia parlamentaria, sin cargas de escuadras policiales vestidas de gris y porra en mano, el vestíbulo vino a cumplir eficazmente ese cometido. Aún así, me atrevo a aventurar que, de manera deliberada o inconsciente, en el cerebro del proyectista latía el recuerdo de sus experiencias estudiantiles.
En vertical, el edificio está estratificado funcionalmente, con los usos docentes en las plantas superiores, más tranquilas, y el resto en la baja. Las cuatro escaleras se disponen en cada esquina del vestíbulo y los aseos junto a las dos que flanquean el acceso principal.
La imagen exterior es adusta y escueta, basada en la repetición de un tipo de hueco único de forma cuadrada, con ventanas de aluminio y un montante fijo superior. A este deseo unificador se suma la decisión de revestir la totalidad de la fachada, incluidos los elementos singulares (dinteles, alfeizares, etc.) con el mismo acabado, de plaqueta de gres 15 x 15 cm, acorde con las dimensiones de modulación, “con objeto de dar un aspecto homogéneo a toda la expresión plástica del conjunto”.
El alzado principal, que mira al este, adopta un porte institucional, con una entrada de resabios neoclásicos, como una reinterpretación simplificada del atrio hipóstilo.
La fachada opuesta, a poniente, no es la proyectada sino una versión mucho más torpe y pesada, supongo que motivada por razones utilitarias. Inicialmente se concibió con un porche cubierto a lo largo de todo su desarrollo, a modo de elemento destinado a gestionar una transición suave con la franja central del campus, a la vez que se aligeraba el volumen. Este porche estaba conectado al patio meridional que adquiría de este modo un carácter de plaza pública, accesible desde el exterior y resguardada de los vientos boreales. Lamentablemente, se acabó por construir la totalidad de la planta baja, privando irremisiblemente al proyecto de un elemento esencial que lo enriquecía, confiriendo gracilidad y fluidez entre sus espacios.
Aunque no se hayan seguido las pautas de modulación, el edificio ha asumido con naturalidad las inevitables reformas en la compartimentación interior, frutos de los cambios en las necesidades funcionales, materializados con fortuna desigual.
Por fuera, la plaqueta ha resistido razonablemente los embates del inclemente clima leonés aunque no ha quedado más remedio que forrar con apósitos metálicos los dinteles de las ventanas y la coronación de las fachadas.
En comparación con las sedes de las distintas facultades y escuelas que vinieron después, por sencilla y competente, sin pretensiones ni alardes innecesarios, esta primera mantiene un puesto preferente en la clasificación por nivel de calidad arquitectónica.