Introducción
Una década después de proyectar el Hotel Oliden (hoy Alfonso V), Francisco J. Sanz recibe del mismo promotor el encargo de un edificio de viviendas en una parcela contigua por el lado trasero y lo afronta reproduciendo exactamente las alturas, pautas compositivas y acabados del precedente con la clara voluntad de configurar esa pequeña manzana del Ensanche -sólo tiene cuatro parcelas- bajo un principio de uniformidad, poco frecuente, por cierto.
Medio siglo después Felipe Moreno Medrano diseñó de modo mimético el nexo entre ambos edificios de modo que sólo queda una parcela díscola para completar la operación. El tiempo dirá, pues así de lenta es la velocidad de crucero de muchos procesos urbanísticos.
Sanz debía tener muy claro lo que quería o confiaba en el papel modélico del Hotel Oliden porque no se esmeró mucho en el grafismo y nivel de definición de los planos, al menos los que obran en el expediente municipal.
Descripción y análisis
La parcela combina factores favorables y desfavorables. Entre estos últimos, el tamaño exiguo (433 m2), la traza irregular de la linde trasera y la agudeza del ángulo de intersección de sus dos alineaciones a la vía pública. En compensación, disfruta de dos fachadas con un largo desarrollo.
La planta ocupa la totalidad de la parcela, con la excepción de tres patios de luces, y está organizada a partir de la bisectriz del ángulo entre las dos calles, que desempeña un papel de eje rector de la posición y trazado de la escalera respecto de la cual pivotan las tres viviendas de cada piso, cuyo programa funcional consta de 6 habitaciones, cocina, baño y retrete.
Al exterior el inmueble exhibe una imagen tendente hacia la monumentalidad, característica de su autor, reforzada por un poderoso zócalo integrado por la planta comercial, de altura libre muy generosa, y una entreplanta de oficinas. La composición de los alzados, netamente vertical y desornamentada, alcanza su punto más brillante en el afilado chaflán de traza redondeada que resuelve la transición entre los dos planos de fachada. Éstos se rematan con un peto de balaústres, antepecho de la terraza del ático retranqueado que corona el volumen con una cubierta amansardada.
Curiosamente, el limitadísimo elenco de acabados -revoco pétreo en los paramentos y faldones de pizarra- se adelanta a las modas estilísticas de la posguerra en las que ambos materiales adquirieron una vitola prestigiosa, como remedos de pasadas glorias imperiales.