Introducción
Desde la Guerra Civil hasta la década de los 60 del siglo XX, con la generalización de la televisión, las salas de exhibición cinematográfica desempeñaron un papel de templos del ocio colectivo. En consecuencia lógica, durante esos años se construyen un buen número de edificios destinados a ese fin, con una categoría arquitectónica acorde a su condición de auténticos condensadores de la vida social.
En León el negocio cinematográfico estuvo prácticamente monopolizado por la Empresa Leonesa de Espectáculos (ELDE) y Javier Sanz fue el arquitecto que intervino en buena parte de los cines más señalados de la provincia como el Emperador de León, el Bérgidum de Ponferrada o el Pérez Alonso de La Bañeza.
Cuando su suerte declinó irremediablemente, el destino de estos edificios fue diverso. El Trianón estuvo entre los que salieron peor librados a pesar de que en 1986 la Junta de Castilla y León iniciara un expediente para la declaración del edificio como Bien de Interés Cultural a fin de impedir su demolición, a la que no ponía reparo el Ayuntamiento de la ciudad.
A partir de esa fecha, desprovisto del patio de butacas, se utilizó como discoteca primero y ludoteca infantil después. Cuando cerró este último negocio, entró en barrena y largos años de abandono e incuria lo han convertido en un contenedor que internamente ha perdido todos sus valores.
Descripción y análisis
La parcela tiene una forma aproximadamente rectangular y 766 m2 de superficie con fachadas de 20 y 42 m de largo. Está emplazada en la esquina de una manzana del Ensanche, enfrente de la torre de la Colegiata de San Isidoro que sirvió de referencia para el trazado y cierre de perspectiva de la calle homónima.
El edificio ocupa la parcela al completo, que es más bien pequeña para este uso, logrando una capacidad de 1.250 espectadores: 800 en el patio de butacas y 450 en el anfiteatro. Este resultado se obtiene a costa constreñir al máximo la superficie dedicada a vestíbulo, circulación o aseos, en beneficio de la sala de proyección. La única alegría, por así decirlo, es la escalera imperial situada en el chaflán.
A partir de esta premisa de partida, la decisión esencial del proyecto consiste en la formalización de un edificio aparentemente simétrico respecto de la bisectriz del ángulo de la esquina, opción radicalmente contradictoria con una parcela de forma rectangular y dos fachadas de longitud muy diferente. El recurso utilizado por Sanz consiste en simular la igualdad de ambos alzados mediante la desviación del eje de la sala de proyección, de modo que su cierre por el lado de calle de la Torre -el más largo- no se alinea con la linde, salvo un tramo igual a la longitud de la fachada a la calle Ramón y Cajal. El efecto, se redondea, y nunca mejor dicho, con un chaflán semicircular que elimina la arista de intersección dando continuidad a ambos lienzos.
Este truco, que resulta muy eficaz para conformar la estampa oficial del edificio, visto desde S. Isidoro, produce un efecto menos afortunado en la calle de La Torre con una fachada ciega de aspecto medianero que emerge por encima de la planta baja en una extraña dirección oblicua.
Sobre una base compositiva basada en la verticalidad y la repetición rítmica, los alzados son eclécticos, resultado de la convivencia de motivos de genealogía diversa: clásica en los nichos, óculos y guardapolvos; moderna en la marquesina o el acroterio calado de la coronación.
Las fachadas laterales están realzadas con un doble peto opaco que sirve exclusivamente para tapar los feos faldones de fibrocemento y conseguir una equiparación en altura con los inmuebles vecinos.
Por dentro, las características esenciales de una sala de proyección cinematográfica son dos: amplitud y diafanidad. La segunda planta de anfiteatro supone una notable complicación técnica pues implica la construcción de un forjado que ha de salvar grandes luces para no interrumpir la visión en el patio de butacas y, a la vez, resistir el peso de todos los espectadores previstos, aplicando además unos coeficientes de seguridad muy generosos.
El Teatro Trianón es un ejemplo muy ilustrativo de cómo se solventaba en 1946 el problema de ejecutar una viga de 19 m de luz libre que soporta un anfiteatro de 450 asientos cuando el diseño de estructuras de hormigón armado mediante modelos matemáticos estaba en un momento embrionario, al menos en una ciudad provinciana de un país aislado y con problemas de abastecimiento de cemento. El proyecto no contiene ni un cálculo somero, ni secciones constructivas, ni planos de dimensiones o armado de los elementos estructurales. Bastan dos breves menciones: “Toda la obra de cemento armado se llevará a cabo por una casa constructora especializada en esta clase de construcciones y responsable de esta parte de la obra”; “la resistencia ha de comprobarse una vez terminada la ejecución con la sobrecarga que se haya exigido”. En suma, manteniendo una línea de continuidad con la tradición histórica se construye con un magro sustento teórico repitiendo soluciones arquetípicas, sancionadas por la práctica, que se validan mediante una prueba de carga. Un método empírico que la sociedad actual, sometida a complejos y burocráticos mecanismos de previsión, ha abandonado, no sabemos si para bien.
Bibliografía
E. ALGORRI GARCÍA; R. CAÑAS DEL RÍO; F. J. GONZÁLEZ PÉREZ: León. Casco Antiguo y Ensanche. Guía de arquitectura, Colegio Oficial de Arquitectos de León, León, 2000, pp. 82-83