Introducción
El edificio que alberga al Museo de León es conocido por los leoneses más veteranos como “Pallarés”, en recuerdo de la empresa de ferretería que promovió su construcción y lo ocupó hasta mediada la década de los 80.
En 1920 esta iniciativa representaba un desafío innovador, no sólo por el tamaño y superficie construida, sino también, y principalmente, por el propósito de erigir un establecimiento comercial con un empaque arquitectónico a la altura de su emplazamiento y capaz de soportar una vecindad exigente.
Cerrada la ferretería, el inmueble fue adquirido por la Diputación Provincial, presidida entonces por Alberto Pérez Ruiz, con el objetivo inicial de convertirlo en sede administrativa complementaria del palacio de los Guzmanes.
Sin embargo, distintos factores como la ubicación céntrica, la diafanidad interior o la familiaridad del público, acostumbrado a acceder a su interior, reservaban al edificio un destino diferente. De modo provisional, aprovechando que estaba vacío, se montó una exposición y el éxito de asistencia generó un proceso imparable que, con distintos vaivenes, culminó con el traspaso al Ministerio de Cultura para alojar el Museo de León. Esta operación vino después de un frustrado tanteo anterior por parte del Ministerio, con el encargo a Alejandro de la Sota de un proyecto al lado del edificio de Correos, también de su autoría.
A veces, la arquitectura, entendida en su acepción más amplia, prefigura la función. Contraviniendo el aserto que indebidamente se ha atribuido al arquitecto norteamericano Louis H. Sullivan (1856-1924), pues lo formuló de una manera menos taxativa, la forma no sigue necesariamente a la función, sino que con frecuencia sucede a la inversa. Aquí tenemos un ejemplo.
Descripción y análisis
El solar es resultado de la operación de remodelación urbana, con la demolición de las edificaciones asociadas a la muralla medieval entre Arco de Ánimas y el palacio de los Guzmanes, esencial para la futura expansión de la ciudad y su articulación con el casco antiguo. En las proximidades, tangente a su fachada estaba el pósito municipal.
Tal vez por estas circunstancias tiene una forma muy particular: largo (59 m) y estrecho, con 18,4 m de ancho en el lado trasero que va afilándose hasta llegar a 11,75 m en el arranque del chaflán semicircular.
Ya fuera por voluntad propia o persuadido por el arquitecto, los promotores abordaron la iniciativa con ambición y el deseo de dotar al continente de un significado que trascendiera lo puramente utilitario, convirtiéndolo en un reclamo comercial prestigioso por sí mismo. Esta voluntad se plasmaba principalmente en tres rasgos.
Para empezar, la cuidada composición de los alzados en un estilo híbrido entre clásico y moderno, de traza vertical y estrictamente simétricos. En las fachadas laterales se plantea un segundo eje transversal con sendos cuerpos centrales que, al igual que el chaflán, levantan una planta más por encima de la línea de cornisa.
En segundo lugar, el chaflán semicircular -forma dinámica que da continuidad a las fachadas- y acristalado, como un gran escaparate que, desde dentro, se convierte en un mirador privilegiado sobre el tráfago de la urbe. En el proyecto se preveía la coronación del frontispicio que remata el chaflán con una réplica de la Victoria de Samotracia simbolizando alegóricamente el comercio. Finalmente, en ese lugar se instaló un esbelto letrero luminoso, complementado con otro, anunciador de una marca de bombillas (OSRAM), por delante de las ventanas de la planta superior. El cambio fue en cierto modo beneficioso pues acentuó el potencial icónico con un recurso inequívocamente contemporáneo.
Por último, en el interior la tienda se desarrollaba en dos niveles, conectados por un espacio en doble altura y una suntuosa escalera.
Técnicamente la construcción se materializó con materiales de vanguardia, como los pilares y vigas de hormigón armado, o los muros de fachada levantados con fábricas de bloques aligerados de cemento que no llegarían a popularizarse en España hasta medio siglo después.
La conversión en museo comportó prácticamente la erección de un nuevo edificio, bastante más grande, que se limita a recrear las fachadas, hasta cierto punto. La ampliación se materializó a lo largo, mediante prolongación de la parte trasera, sutilmente diferenciada, y hacia abajo con un sótano que incluso avanza más, hacia la muralla, emergiendo en la superficie con un ascensor de carga y descarga, un poco huérfano.
Por dentro, la disposición es totalmente diferente, de una factura material precisa y preciosista, extraordinariamente bien diseñada y ejecutada.
En las fachadas se conservó la composición general, aunque sustituyendo el primitivo revestimiento de revoco por un aplacado pétreo de color gris, muy homogéneo, que confía la responsabilidad de la articulación visual entre sus distintos componentes a las sombras proyectadas.
La eliminación de los escaparates del chaflán, apoyándose en un diseño preliminar de Cárdenas, fue la decisión más comprometida, y la a vez dudosa, de esta expeditiva intervención, pues se trataba del elemento que otorgaba al edificio un sello moderno, no sólo en la imagen, sino también a través del concepto de transparencia, es decir, de continuidad entre el exterior y el interior.
Por añadidura, el montaje museográfico cegó todos los vanos de tal modo que hoy “Pallarés” es un cofre cerrado que aparentemente reproduce el original cuando en realidad reniega de su rasgo más distintivo.
Bibliografía
E. ALGORRI GARCÍA; R. CAÑAS APARICIO; F. J. GONZÁLEZ PÉREZ: León. Casco Antiguo y Ensanche. Guía de Arquitectura, Colegio Oficial de Arquitectos de León, León, 2000, pp. 164-165
M. SERRANO LASO: La arquitectura de León entre el historicismo y el racionalismo. 1875-1936, Universidad de León, León, 1993, pp. 80 y 83