Introducción
En un emplazamiento discreto, que pasa desapercibido, entre la anodina trama urbana que colonizó los terrenos del arrabal agrario de San Lorenzo, se yergue la iglesia homónima, regentada por la congregación de los Carmelitas Descalzos.
A veces, la ligazón entre un edificio y el arquitecto que lo proyectó trasciende del periplo vital de este último, el más vulnerable y menos duradero de los dos. El funeral por el alma de Ramón Cañas Represa se celebró en esta iglesia, casi 40 años después de que la concibiera.
Historia
El proyecto se redactó de dos veces. La primera versión, que obtuvo la licencia municipal en diciembre de 1964, y fechada un mes antes, consistía en un templo de nave única de 14,0 m de luz y 26,0 m de fondo, con una capacidad de 460 asientos, rematada con un presbiterio más estrecho, servido por una sacristía anterior.
Conformaba el volumen una cubierta a un agua, construida con un forjado inclinado de viguetas de hormigón sobre cerchas de tipo monopitch, revestido con teja cerámica curva.
Por el motivo que fuera, los promotores rectificaron sobre la marcha, presentando cuatro meses después un nuevo proyecto, mucho más ambicioso, duplicando el presupuesto y con una capacidad de 720 plazas, al que se concedió licencia en marzo de 1965.
Descripción y análisis
Aparte del aumento de las dimensiones, que pasan a 22,0 m de luz y 25,0 m de fondo, más otros 8,0 m del presbiterio, tres son las principales modificaciones que se introdujeron en la nueva versión:
- El adosamiento a uno de los lados de la nave de un baptisterio, dotado de acceso propio desde la calle, que finalmente no se hizo, y dos capillas penitenciales que adoptan en planta una traza quebrada en contraposición a la ortogonalidad de conjunto.
- El añadido a la cubierta de un segundo faldón, mas corto e inclinado, que vierte hacia la calle.
- El presbiterio se amplía, dándole la misma luz que la nave y se organiza mediante una graduación de alturas que facilita una compartimentación virtual para albergar una zona sacramental y la schola cantorum; dos peldaños más arriba el ambón, la sede con tres puestos y catorce sitiales respaldados por la pared del fondo; y finalmente, un peldaño más, el altar mayor, exento y mirando cara a la feligresía como determinó el Concilio Vaticano II que justamente estaba desarrollándose durante esas fechas.
La conexión entre el templo y el convento se articula mediante un cuerpo intermedio que aloja la sacristía, un aseo, el refectorio, un almacén y un recinto abierto al presbiterio, a modo de coro de la comunidad, de 35 plazas que, o no se ejecutó tal como estaba proyectado o se cerró posteriormente.
La nave se ilumina con las ventanas de la fachada y vanos rasgados en vertical, abiertos en las capillas laterales y en la fachada opuesta, todos ellos dotados de vidrieras, que no proveen un nivel de luz natural satisfactorio de tal modo que para las celebraciones litúrgicas se precisa de alumbrado artificial, no muy conseguido, por cierto, con potentes focos que deslumbran.
Por contra, la focalidad del presbiterio se subraya con unos lucernarios cenitales, ciertamente efectivos aunque en la cubierta se manifiesten de un modo vulgar, en forma de placas traslúcidas integradas en el faldón.
Los techos tapan la estructura portante del tejado, de la que cuelgan. El de la nave se compone de franjas divergentes dispuestas en la dirección longitudinal y es más alto que su homólogo del presbiterio. El resalto entre ambos se resuelve con un frente vertical que sirve de soporte a un vía crucis esquemático.
Las fachadas pueden calificarse de severas y sencillas, determinadas por el hecho de que los muros de cerramiento desempeñan funciones de carga, predominando el macizo sobre el hueco. De ladrillo a cara vista, son traducción directa del volumen, con el contrapunto de una esbelta espadaña, de 15 m de altura que habría de servir, sobre todo, como soporte de un gran crucifijo, no colocado finalmente, más de que de campanario, por el exiguo tamaño de las dos campanas.
El edificio es como una moneda, con su cara y su envés, más moderno en su interior y reminiscente de la arquitectura religiosa rural, versión estilizada, en el exterior, con sus cerramientos de carga construidos con un material modesto -el ladrillo-, las ventanas en arco o la espadaña.
Ayuda poco a la imagen singular que esperamos de una iglesia la cubierta de chapa de acero plegada, propia de edificios más prosaicos, muy visible, además en la aproximación desde el estacionamiento de San Pedro. Sin dudar de su eficacia, se hubiera agradecido mayor esfuerzo en la búsqueda de una solución airosa, no necesariamente mucho más cara.