Introducción
Si atendemos a la toponimia urbana y al edificio escolar que, junto con su mujer, donó a la ciudad, Julio de Campo se nos aparece como un benefactor ilustrado. Sin embargo, con frecuencia las apariencias llevan aparejadas historias más complejas y no tan gratas.
Nacido en Palencia el año 1864, se trasladó a León con 20 años, casándose con Antolina Luna Aparicio, con la que tuvo dos hijas. Se le atribuye la profesión de cantero aunque, claramente, sus principales fuentes de ingresos tuvieron otra procedencia, como se verá seguidamente.
En 1897 promovió la construcción del edificio en Ordoño II nº 25, que conserva en el dintel del portal una decoración muy de su estilo, donde tuvo su casa y taller.
Julio del Campo se establece en León cuando la ciudad vive una expectativa inmobiliaria de dimensiones y trascendencia histórica con la gestación y final aprobación del Ensanche en 1904. Después de siglos de estancamiento, se propone una enorme expansión urbana que multiplica por varias veces el tamaño de la ciudad en ese momento. Podemos imaginar los intereses en juego y la batalla económica que se desplegó por parte de los propietarios de los terrenos implicados en la operación que, ya desde el primer momento, pugnaron por adaptar las determinaciones del Ensanche a sus intereses o, dicho de una manera menos benévola, a incumplir por las bravas las trazas previstas mediante políticas de hechos consumados. Y no es infrecuente que los protagonistas de estos desmanes fueran a la vez Concejales.
Historia
Son varias las zonas donde se altera el proyecto inicial del Ensanche y entre ellas destacan el arranque de la calle Ordoño II y la conexión con la colegiata de San Isidoro, a través de las calles hoy llamadas de la Torre y Julio del Campo.
Esta segunda operación estuvo protagonizada por Julio del Campo que, de modo preliminar y actuando como Concejal, promueve la supresión de una calle tal como estaba trazada, y que hacía inviable su propio proyecto. Así, consigue que la Corporación apruebe su propuesta (la actual calle de la Torre) “por tratarse de una reforma muy beneficiosa a los intereses generales y ornato de las vías públicas” aunque, rebuscando en la documentación, se comprueba la existencia de otras razones como el grado de afección de la expropiación a distintas fincas de particulares.
Más adelante, en 1914, el Ayuntamiento le reconvino por no sujetarse a los procedimientos legales para la apertura de una calle en terrenos de su propiedad a la que, casualmente, había bautizado con su nombre. El conflicto se zanjó en 1917 con la cesión a la ciudad de la Escuela. De todos modos, el Ayuntamiento no reconoció inicialmente la denominación, que acabó imponiéndose por la fuerza de la costumbre.
Así pues, para restablecer la verdad, convendría añadir a la fachada de la Escuela otra inscripción, puntualizando que la cesión se hizo para compensar una operación urbanística ilegal y que el mérito principal del titular de la calle consistió en ser el propietario de los terrenos.
Descripción y análisis
En 2015 concluyó la restauración de la fachada de las Escuelas de Julio del Campo, sitas en la calle homónima, que, según reza en una inscripción, fueron donadas a la ciudad de León en 1917 por Julio del Campo y su mujer Antolina Luna, “por la instrucción pública”.
La fachada, orientada al norte y atribuida al arquitecto Juan C. Torbado, es de composición elemental, con seis columnas de huecos dispuestos rítmica y simétricamente. Los de la planta baja, de proporción más esbelta, corresponden a las aulas y siguen las pautas herederas de las teorías higienistas sobre la iluminación natural en los edificios escolares, levantándose hasta el techo porque de este modo se obtiene una luz difusa, homogéneamente repartida. Los superiores sirven a las viviendas de los maestros.
La factura es muy refinada, incluso sin contar con la ornamentación, de fábrica de sillería combinando dos clases de piedra: caliza rosácea (griotte) en el zócalo y arenisca, de labra fácil, en el resto.
De traza historicista, exhibe semejanzas, principalmente en la cornisa, con el estilo del eminente arquitecto tardorrenacentista Juan de Ribero (s XVI), aunque el resultado global resulta heteróclito, tanto por la profusión iconográfica como por la configuración del paño central, enmarcado por dos pilastras de diseño heterodoxo, con unos capiteles hibridos, mitad románicos y mitad clásicos, que quedan a una extraña altura, al nivel de los dinteles de las ventanas.
El programa decorativo merece los calificativos de atrabiliario y ególatra, aparte de esclarecedor del carácter del personaje, pues está claro que la fachada es ante todo un manifiesto autobiográfico. Una larga y heterogénea, por no decir estrámbotica, lista de prohombres gravita alrededor del propio Julio del Campo, como el sol y los planetas de su sistema.
A pesar de las dedicatorias, la figura del prócer preside el conjunto, tanto por posición -en el centro de la fachada-, como por tamaño ya que es de medio cuerpo frente a las restantes, bustos todas ellas. Las principales de Juan de Arfe, Juan Madrazo, Sierra Pambley y Gumersindo de Azcárate.
Se antoja que el susodicho quiso crearse su propio Olimpo para la posteridad y compuso una nómina a medida de sus preferencias, sus mitomanías y sus compromisos sociales. Así entre los “grandes artistas y arquitectos que han restaurado nuestros monumentos” figura Miguel Ángel Buonarotti, además de un ignoto Pedro Deustamben (¿S. Isidoro?) o el Maestro Enrique (Catedral), Juan de Arfe, Juan de Orozco (fachada de San Marcos), Guillermo Doncel (sillería San Marcos), Esteban Jordán (trascoro).
La lista de “Celebridades mundiales” es bastante peculiar: Juan Guttemberg (imprenta 1450); Fray Pedro Ponce de León (enseñanza de sordomudos, 1550), Franklin (pararrayos, 1752); Edison (electricidad); Marconi (telegrafía sin hilos); Ramón y Cajal (histología).
En su descargo, el ínclito del Campo sostiene en sus manos pétreas una leyenda dedicada “A mis Maestros y obreros que han trabajado en mi compañía y se han distinguido por su honradez y laboriosidad”, que incluye a albañiles, canteros, carpinteros e incluso un “peón de mano”.
Bibliografía
A. T. REGUERA RODRÍGUEZ: La ciudad de León en el siglo XX. Teoría y práctica del urbanismo local, Colegio Oficial de Arquitectos de León, León, 1987.
M. SERRANO LASO: La arquitectura de León entre el historicismo y el racionalismo, 1875-1936, Universidad de León, León, 1993, p. 87.