CORREOS Y TELÉGRAFOS

Promotor/es: 
Dirección General de Correos
Fecha del proyecto: 
1981
Pº de San Francisco nº 1
C/ Independencia
CORREOS Y TELÉGRAFOS
Fachadas a Pº San Francisco y C/ Independencia
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Introducción

Con la construcción del nuevo edificio de Correos y la ampliación del Conservatorio, emprendidas simultáneamente, acabó de formalizarse el frente meridional de la gran manzana de equipamientos, heredera del hospicio del Obispo Cuadrillero que se había demolido veinte años antes.
Nacido en Pontevedra, aunque ejerciente en Madrid, Alejandro de la Sota redactó el proyecto para la nueva sede de Correos en León con 68 años de edad, en calidad de arquitecto de plantilla de la entidad, a la que había retornado en 1972 después de ocho años de excedencia. Este giro profesional vino forzado por una serie de reveses -obras truncadas, fracasos en proyectos de arquitectura y oposiciones a cátedra- que parecían anticipar el ocaso de su carrera.
A dos años de su jubilación y en medio de un ambiente doctrinalmente adverso, dominado por el postmodernismo, tendencia en las antípodas de los principios tenazmente sostenidos por Sota, este proyecto tendrá un enorme impacto entre los profesionales de la arquitectura que rehabilitará la figura del maestro, otorgándole un reconocimiento lindante con la veneración hasta su muerte en 1996.
Su dilatada carrera a lo largo de 55 años presenta una notable continuidad en una senda absolutamente contemporánea, plena de voluntad innovadora tanto en las formas como en los procedimientos constructivos. El pueblo de Esquivel promovido por el Instituto Nacional de Colonización (1952-56), la desaparecida casa en la calle Doctor Arce de Madrid (1955), la sede del gobierno civil en Tarragona (1959-63) y el gimnasio del Colegio Maravillas en Madrid (1960-62) son sus proyectos más conocidos, en los que se hace patente la predilección por una suerte de esencialismo basado en la sencillez volumétrica y la inmaterialidad constructiva.
El edificio suscitó intensas controversias desde el mismo momento en que sus fachadas desornamentadas empezaron a emerger del vallado de la obra. Según se inauguró fue  incomprendido por el público profano, denostado por sus usuarios más directos -los trabajadores de Correos- e idolatrado por las élites académicas y profesionales. Transcurrido el tiempo todos los juicios, críticos o elogiosos, se han templado y, ya con más perspectiva, cabe pronosticar que quedará para la historia, con sus méritos y sus máculas, como la muestra más ortodoxa en la ciudad de León de los conceptos y recursos plásticos que caracterizaron la arquitectura del siglo XX.

Descripción y análisis

El lote de la manzana asignado para la sede de Correos es un rectángulo de 65,0 x 42,5 m aproximadamente, con una superficie total de 2.677 m2. El edificio se sitúa adosado a la linde que mira al parque de San Francisco (orientación S), y es otro rectángulo de 56 x 27 m, que acumula una superficie construida de 10.607 m2 en dos plantas bajo rasante y tres por encima más un ático.
La planta se estructura a partir de una rígida malla reticular que define una serie de pórticos equidistantes, dispuestos en la dirección transversal. Sobre esta trama se yuxtapone la compartimentación de cada planta en torno a un núcleo central de comunicación vertical (escalera y ascensores).
En sección se estratifica funcionalmente con instalaciones y garaje en el sótano, clasificación y atención al público en semisótano y planta principal, usos administrativos en los tres pisos superiores y el ático para otros complementarios, entre los que destaca la vivienda del director, que se hace patente en forma de una galería que cabalga sobre la fachada principal, además de una amplia azotea. La sala de recogida o envío no está al nivel de la calle sino medio piso por encima, como consecuencia del desdoblamiento en dos plantas de las dependencias públicas, disponiendo la inferior como un semisótano que asoma por encima de la calle para disfrutar de luz natural, gracias a un patio inglés.
La imagen externa está protagonizada por la potencia expresiva del material de acabado, una reluciente chapa de aluminio de color “león” en críptica denominación de A. de la Sota, no se sabe si referida a la piedra de los edificios históricos de la ciudad o a la piel del animal. Hasta aquel momento el empleo de estos sistemas de paneles metálicos con aislante incorporado no había salido del ámbito industrial de modo que su empleo en un edificio institucional y representativo comportaba una fuerte carga provocativa. La impronta de la superficie metálica confiere una sensación de unidad a las cuatro caras del volumen a pesar de que cada fachada presenta esquemas compositivos diferentes.
La fachada S, que puede considerarse la principal, vierte sobre el más antiguo de los parques urbanos y ha de afrontar perspectivas muy lejanas. Está acompañada por una masa arbolada, plantada cuando el edificio entró en funcionamiento, en la que predominan los abedules, la especie con evocaciones escandinavas que Sota representa insistentemente en sus esquemáticos y expresivos croquis previos. De acuerdo con esa posición, el alzado tiene una composición muy potente, articulada mediante dos franjas horizontales. Para conseguir la ingravidez tan anhelada por la ortodoxia estilística moderna, la inferior se desmaterializa mediante el acristalamiento continuo de la planta principal -provisto de una marquesina parasol- y el balcón corrido de la primera, al que vierten las oficinas de la dirección. Sobre esta grácil base reposa un paño oblongo perforado por una doble y asimétrica serie de huecos dotados de una profunda mocheta que, en un gesto equívoco, excede con creces del espesor del cerramiento. El acceso principal es violentamente anti clásico, en recodo, a través de una escalera exterior que salva el desnivel con la calle resguardada bajo la marquesina.
La fachada opuesta puede calificarse como “de servicio”. Un plano vertical que sirve de soporte a  una rígida ordenación de huecos que, en concordancia con la orientación septentrional -sin sombras proyectadas-, están enrasados a haces exteriores. La solución del zócalo es muy ocurrente, a base de piezas de hormigón utilizadas habitualmente en pavimentos. La pureza del alzado queda empañada con varias bajantes adosadas que no son lo más afortunado del proyecto.
En la fachada oriental, que mira hacia la muralla, destacan dos miradores acristalados de forma redondeada, que traen recuerdos de unas viviendas proyectadas por Sota en Salamanca (1963), y la entrada particular a las viviendas del ático donde se manifiesta desnuda y expresivamente el esqueleto del edificio. Finalmente la fachada del oeste, poco visible,  incorpora la escalera de incendios, cuya presencia curiosamente se escamotea en los planos del proyecto.
El vestíbulo principal está muy conseguido; un paralelepípedo alargado con los mostradores a un lado y una cristalera continua en el opuesto que brinda, enmarcada bajo la visera de la marquesina, la visión del arbolado del jardín adyacente. Su ambientación es resultado de la expresión directa de los materiales que conforman los distintos elementos constructivos: el reverso de los paneles de aluminio en los cerramientos, el encofrado “perdido” de la chapa de acero plegada en los forjados, vigas y pilares de perfiles de acero laminado, tabiques de paneles, conductos de instalaciones de chapa galvanizada, etc. Este despliegue de desnudez expresa la concepción técnica subyacente, basada en el montaje de piezas previamente conformadas, susceptibles de asumir sin demasiado coste ni complicación los cambios inherentes a todo edificio que alberga usos terciarios.
El repertorio de remates y soluciones de encuentro manifiesta el anhelo de inmaterialidad que impregna toda la obra de Sota. Los paneles plegados en L de las esquinas o las juntas a inglete, que llegan al paroxismo en el peldañeado de la escalera de entrada, ocultan el espesor de las piezas, testigo indiscreto de la prosaica constitución de los elementos constructivos.
El paso del tiempo y el uso cotidiano han revelado la inconsistencia de algunos de los argumentos funcionales que cimentaron el discurso justificativo del proyecto. La imprevisión de un sistema de descuelgue para limpieza periódica condenaba al edifico a un permanente estado de suciedad pues la chapa metálica no adquiere, como otros materiales tradicionales, una pátina ennoblecedora. De todos modos, no parece que la alternativa adoptada para solucionar este problema, consistente en la aplicación de una mano de pintura, sea la más apropiada tanto por la alteración del brillo y color del acabado original como por los chorretones que tiñen los zócalos. La mayoría de los puestos de trabajo no disfrutan de un nivel adecuado de iluminación natural y la escalera exterior, además de resbaladiza en los días de helada, lo cual obligó al abujardado de los peldaños, no resulta el acceso más adecuado en una sociedad cada vez más sensibilizada hacia la accesibilidad universal. Este obstáculo se ha salvado con la instalación de un ascensor, encajado  como buenamente se pudo.
El vestíbulo se ha visto afectado por los profundos cambios en el modelo del negocio postal derivados de la generalización del correo electrónico, si bien la reforma de este espacio, el principal del edificio, ha tenido la consideración de mantener el mostrador primitivo, que ciertamente queda un poco huérfano, como una reliquia desprovista de toda utilidad. Menos comprensión merece un cortavientos de planta triangular que fragmenta en dos partes el vestíbulo, contraviniendo unos de los conceptos básicos del proyecto, máxime cuando hay soluciones técnicas, tipo cortina de aire caliente, que hacen innecesario este cubículo, como se demuestra en múltiples establecimientos comerciales.

Bibliografía

E. ALGORRI GARCÍA; R. CAÑAS DEL RÍO; F. J. GONZÁLEZ PÉREZ: León. Casco Antiguo y Ensanche. Guía de arquitectura, Colegio Oficial de Arquitectos de León, León, 2000, pp. 148-151

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