Introducción
El nombre del Complejo, y de la plaza, viene de un convento fundado extramuros en 1261 por iniciativa real que más tarde pasó el amparo de la nobleza local, los Guzmanes, Duques de Toral en concreto. Durante la llamada Guerra de Independencia fue ocupado, expoliado e incendiado por el ejército francés, dando comienzo a siglo y medio de avatares. En 1843 se instala un particular que organiza allí ferias de ganado. Después, compran los restos del convento las Agustinas Recoletas, que en 1868 habían sido desalojadas del suyo, situado donde ahora está el Jardín Romántico. Las obras de reconstrucción se dilataron mucho, por falta de financiación. Participó en las mismas el maestro de obras Rogelio Cañas, iniciador de una saga de arquitectos. Tanto esfuerzo rindió resultados efímeros, pues en 1926 se demolió buena parte del edificio con motivo de la apertura de la Gran Vía de San Marcos que seccionaba por la mitad la amplia parcela del convento, cuyo límite oriental llegaba hasta la acera impar de la calle Padre Isla.
Otra vez más se acometió una reconstrucción, concluida en 1930, alineando la nueva iglesia con la Gran Vía. Esta atormentada historia concluyó 35 años después, cuando las monjas vendieron el edificio y con el dinero obtenido en la operación -seguramente muy lucrativa- se trasladaron a un retirado convento periférico, en la zona de La Granja.
No consta que la destrucción definitiva de un testimonio histórico de tal calibre suscitara oposición o quejas en la ciudad. El régimen político imperante no lo propiciaba, precisamente, pero tal vez jugó a favor de la parálisis el hecho de que la entidad promotora estuviera directamente relacionada con el grupo empresarial, de matriz familiar, más importante de la provincia (Hullera Vasco-leonesa, Vidriera, etc.).
El proyecto fue encomendado al arquitecto local Jesús Arroyo, con la condición de que lo compartiera con algún colega “prestigioso” de su elección. Por afinidades estilísticas y cierta relación personal se decantó por Javier Carvajal quien a la postre acabó asumiendo la autoría de manera casi exclusiva.
El edificio es hermano de la madrileña Torre de Valencia, polémica por su aparatosa emergencia visual sobre la Puerta de Alcalá, con la que comparte planteamientos compositivos y definición constructiva.
También es una buena muestra de que los valores arquitectónicos, indudables en este caso, no coinciden necesariamente con los urbanísticos. Me explicaré. Los ensanches decimonónicos se basan en unos principios morfológicos muy claros: manzanas cerradas y edificación en el perímetro, formando un anillo que delimita un amplio patio interior compartido. La historia del Ensanche leonés es un proceso ininterrumpido de reducción de los estándares para obtener mayores densidades con el consiguiente engorde de las rentas del suelo. Por ejemplo, fue práctica común la subdivisión de las manzanas abriendo una calle en su eje. Sin embargo, todas estas maniobras especulativas nunca llegaron a rebasar las pautas canónicas hasta que con este Complejo se subvirtieron de raíz, mediante la ocupación del interior de la manzana, aprovechando que por el uso conventual los inmuebles vecinos estaban vueltos de espaldas, sin verter luces, y la edificación podía adosarse a las lindes traseras, en torno a un patio propio conectado con la calle.
Descripción y análisis
El edificio tiene en planta una forma biótica, como un coral geométrico que se enrosca utilizando de soporte las medianeras colindantes. Esta disposición, dinámica e involutiva, se acompaña con un progresivo crecimiento en altura que va desde los 8 pisos en el arranque, a partir de la vecina “Casa de Aguas”, hasta los 14 de la torre central, pasando por los 10 del frente a la plaza de Santo Domingo, en desproporcionada vecindad con los primeros inmuebles de la calle Ordoño II sobre los que se asoma con un enorme paredón ciego por encima de sus tejados.
Con un programa mixto, residencial y terciario, en el centro del solar queda un alargado y retorcido patio privado de uso público al que vierten la mayor parte de las viviendas, retiradas del bullicio urbano. A oficinas se dedican dos bloques: el que vierte a la Plaza Santo Domingo, inicialmente proyectado para uso residencial, y el contiguo, en el fondo del patio, de planta alargada y estrecha.
Su imagen resulta de un recurso caro a Javier Carvajal: un volumen de piel monocolor que va adaptándose a las alineaciones mediante sucesivos quiebros ortogonales. A estos paramentos plegados se le adosan volúmenes paralepipédicos (terrazas, balcones o jardineras de antepechos opacos) que refuerzan la impronta de la geometría mediante un efecto de multiplicación de diedros, a la vez que enmascaran el recorte de los vanos. Se complementa este juego con potentes barandillas metálicas, tratadas como franjas horizontales ingrávidas.
El antepecho de la planta 1ª, una tira continua que corre a lo largo de todo el desarrollo de la fachada, sigue una geometría independiente, definiendo pasajes exteriores de acceso aunque, principalmente, en un afán muy característico de la arquitectura moderna, aligera el peso visual del edificio mediante el escamoteo de su entronque con el terreno.
La distribución de las viviendas es muy representativa de los modelos residenciales de la época con vitola de modernidad y lujo. El espacio doméstico gravita alrededor de una gran estancia común, el salón -comedor, con una superficie no menor de 30 m2 y planta en L que facilita la subdivisión en dos ámbitos. Siempre se prolonga en una terraza a través de un gran ventanal apaisado que, no obstante, resulta insuficiente para proveer un nivel aceptable de iluminación natural a una estancia tan grande y estrecha. El resto de las dependencias están organizadas en dos paquetes claramente diferenciados. En la zona de noche, los dormitorios son más bien pequeños y los baños se agrupan en torno a patinejos de ventilación. La zona de servicio se descompone en una prolija serie de pequeñas dependencias de función muy precisa (cocina, oficio, lavadero) más un raquítico dormitorio dotado de aseo propio.
Fue extraordinario el esfuerzo desplegado en la definición técnica del edificio, plasmado en una titánica colección de planos de detalle a escala 1:1, que abarca la totalidad de las situaciones de encuentro o remate, sin dejar ningún pormenor a la improvisación.
Las fachadas están realizadas con un complejo y completo juego de piezas prefabricadas de hormigón de color grisáceo y textura rugosa que, al margen de la suciedad, presentan un estado de conservación admirable. Son también dignas de reseña las escaleras exteriores con antepechos de delgadas láminas de hormigón abujardado, testimonio de un extraordinario esmero en la construcción al que, con toda seguridad, no fue ajena la dedicación de los directores de la obra.
Bibliografía
E. ALGORRI GARCÍA; R. CAÑAS APARICIO; F. J. GONZÁLEZ PÉREZ: León. Casco Antiguo y Ensanche. Guía de Arquitectura, Colegio Oficial de Arquitectos de León, León, 2000, pp. 192-195