Introducción
Domingo López (1912 - 2012), promotor de este conjunto de edificios que constituye la iniciativa inmobiliaria más ambiciosa de todo el Ensanche, fue un paradigma del empresario que, saliendo de un origen muy humilde, amasa una fortuna inmensa durante el franquismo, sirviéndose de todas las armas a su alcance. Nacido en Lumeras, pequeña localidad de los Ancares leoneses en el municipio de Candín, e hijo de un modesto comerciante -tendero o tratante de ganado según las fuentes-, trabajó fugazmente en las minas de Fabero con el propósito de obtener un pequeño capital, punto de arranque para iniciar una variopinta actividad comercial allí donde pudiera rebañarse una peseta.
Tras la Guerra Civil, se centró principalmente en la minería del carbón, con explotaciones en las cuencas de León, Asturias y Palencia hasta convertirse en el principal empresario privado del sector en toda España, con 1.300 empleados a principios de los años 50.
Consciente de que los negocios requieren buenos amarres, compartió alguno de ellos con el jerarca falangista Carlos Pinilla y entre 1955 y 1961 fue concejal del Ayuntamiento de León. Debió irle muy bien pues en esos años amplía y diversifica su radio de acción: desde armador pesquero en caladeros remotos a promotor de 5.500 viviendas en el barrio de la Luz de Avilés.
Unido a otros empresarios con intereses en la provincia fundó el Banco Industrial de León. Por su cuenta, en 1968 adquirió el Banco de Valladolid que le será expropiado en 1978, iniciando un pleito interminable que ocupará las tres últimas décadas de su larga vida para concluir con una sentencia que sin darle toda la razón supuso el pago de una indemnización nada desdeñable.
Historia
El historial administrativo de la solicitud de licencia municipal ilustra el estilo empresarial de Domingo López, basado en el permanente desafío a la legalidad bajo el principio de que la obtención del beneficio propio no conoce otro límite que la incapacidad para violentar lo que el resto de los mortales están obligados a cumplir.
Tras dos proyectos diferentes y distintos informes del arquitecto municipal señalando que el edificio supera con creces las alturas máximas permitidas -hasta dos plantas-, en 1957 la Comisión Municipal Permanente concede licencia al edificio, que ya estaba muy avanzado, apoyándose en una modificación de las Ordenanzas de la Construcción, aprobada por el Pleno del Ayuntamiento el año anterior y que todavía no estaba en vigor pues faltaba la ratificación de la Comisión Central de Sanidad Local.
En suma, invirtiendo el orden de prevalencia, no fue el edificio el que se adaptó a la norma sino que se cambió la norma para que el edificio fuera autorizable.
La liturgia de esta operación quedó consignada para el futuro en el Acta del Pleno extraordinario celebrado el 30 de noviembre de 1956. Presentó una moción favorable a la modificación de las Ordenanzas el concejal Fernando Rodríguez Pandiella, industrial de origen asturiano, reconocido consumidor de güisqui -licor que gozaba entonces de una reputación sofisticada- y con intereses directos en el sector de la construcción a través de su empresa, llamada Cristalerías Rodríguez. Defendió una postura contraria el Teniente de Alcalde y Presidente de la Comisión de Obras, Felipe Moreno Medrano, también arquitecto de la Diputación Provincial, apelando al principio de autoridad y con base a distintos argumentos de carácter técnico, que contaban con el aval de un dictamen emitido por el Colegio de Arquitectos. Siempre con el prólogo de unas palabras laudatorias hacia los miembros de la Comisión de Obras, Pandiella y otros concejales esgrimieron razones que hoy todavía suenan familiares, como el progreso económico o la creación de puestos de trabajo, así como su convicción de que la medida contribuiría “al logro de un mayor embellecimiento y progreso de la Ciudad”.
El debate se saldó con una victoria abrumadora para los partidarios de la modificación, por 11 votos a 3. Entre la mayoría se incluía el Alcalde y el propio Domingo López, a la sazón concejal, que por lo visto no apreció ningún conflicto entre el papel de regidor municipal y sus intereses particulares, incluso cuando un resultado tan holgado y previsible le hubiera permitido una elegante e intachable abstención.
Llama también la atención que nadie advirtiera o quisiera advertir que el susodicho incurría en causa flagrante de incompatibilidad y es que poderoso caballero....
Descripción y análisis
Este complejo consta de seis edificios independentes, desglosados en dos categorías: la más lujosa corresponde al que da fachada a la plaza mientras que los otros cinco están dirigidos a un segmento de la demanda con menos nivel de renta.
Así por ejemplo, el garage en planta baja -una dotación novedosa para la época-, con acceso desde la calle Ramiro Valbuena y situado en la parte trasera de la parcela, da servicio exclusivamente a las viviendas del bloque de lujo, que también dispone, como otro rasgo diferenciado, de dos núcleos de comunicación vertical con objeto de segregar las circulaciones, confinando las de servicio a una posición discreta. También es más generoso el programa funcional y la asignación de superficies, pues el edificio señorial tiene sólo dos viviendas por planta en contraste con las cuatro de los restantes.
De todos modos, la diferencia tampoco es tanta porque la calidad de materiales y acabados es bastante mediocre, vulgar la distribución y la crujía trasera resulta muy oscura como consecuencia de la decisión de disponer un corredor en torno al patio de luces, muy poco útil, y que por añadidura se cierra con un acristalamiento traslúcido que tal vez brinde cierta privacidad a costa de un resultado bastante claustrofóbico.
Para la configuración de las fachadas, el arquitecto otorgó un protagonismo principal a las terrazas, un elemento poco utilizado hasta entonces en la arquitectura residencial de León, cuyo clima no propicia su disfrute, probablemente por traslación del estilo de moda en Madrid, donde tenía el estudio profesional.
Tampoco resultaba frecuente el acabado con aplacados de piedra, que utiliza principalmente en los alzados a la plaza Circular y en el zócalo de locales comerciales y oficinas, revestido en este caso con piezas estriadas, dispuestas en vertical.
Sin especial brillantez, el complejo cumple razonablemente su cometido en la escena urbana, con la salvedad del evidente exceso de altura en la calle Santa Clara, totalmente desproporcionado con relación a la exigua latitud de este vial (12 m).