Introducción
En la década de los 80 del siglo XX reinó en León un estilo arquitectónico que podría denominarse “de sabores”, como consecuencia de la proliferación en las fachadas del ladrillo vidriado fabricado por una marca con un amplio catálogo de piezas especiales que tendían a las formas redondeadas y una gama cromática insólita que dejó en la ciudad una colección de edificios de color fresa, pistacho o limón, alcanzado su expresión paradigmática en la bautizada popularmente como “casa de chocolate”.
El padre de esa tendencia fue el arquitecto Ceferino Bada que ya en 1976 anticipaba esos derroteros con un edificio de viviendas en la calle Arco de Ánimas nº 1, que tuvo una acogida muy favorable en la opinión pública local, no muy proclive precisamente a los gustos vanguardistas.
Coincide esta moda de las fachadas remilgadas de ladrillo a cara vista con el apogeo del moranismo, es decir, de los mandatos populistas de Juan Morano Masa al frente del Ayuntamiento de León y, muy probablemente, no sea casualidad.
Coincidiendo con la modernización económica, social -y también arquitectónica- en paralelo a la integración de España en la Unión Europea, y que tiene su expresión máxima en el proyecto olímpico de Barcelona 92, las élites con capacidad de decisión e influencia de León apostaron por un repliegue aislacionista, plasmado en el eslogan electoral “Solos podemos”, que obtuvo un refrendo mayoritario en las urnas y que -cabría interpretarse- tuvo también su expresión arquitectónica, situada al margen de esa dinámica modernizadora, en una suerte de localismo retrógrado.
Descripción y análisis
La estampa de este edificio, imposible que pase inadvertida por su ubicación conspicua, es el resultado del alarde en la utilización del catálogo completo de piezas del ladrillo marca La Covadonga -ya desaparecida-, y la elusión en grado obsesivo de la línea recta, complicando hasta la exageración elementos estereotipados de la arquitectura como por ejemplo la ventana.
La composición de las fachadas se basa en la superposición horizontal de molduras sinuosas y el recorte redondeado de los vanos, ribeteado con un cordón, que contrata con el despiece convencional de las ventanas, además de que su color blanco contrasta con el marrón oscuro de ladrillo.
Enjuiciándolo con amplitud de miras, se detectan en el edificio ecos de la sede principal del BBVA, antiguo Casino, en la plaza de Santo Domingo, cuyos huecos también se enmarcan con cintas, cenefas y ribetes de ladrillos curvos. Sin embargo, en este antecedente, la profusión decorativa no se impone a la composición general, es decir, el ornamento no adquiere un papel protagonista, sino de complemento.
La fachada de ladrillo a cara vista, hoy en recesión absoluta frente a sistemas que resuelven con más facilidad la envolvente aislante, fue la técnica constructiva más común en la edificación residencial durante el último tercio del siglo XX y la primera década del XXI. En sus aparejos y puesta en obra latía el espíritu artesano de la colocación a mano, testimonio del virtuosismo del albañil, o de lo contrario. Al fin y a la postre, la impronta del ser humano.
En este caso, una factura tan innecesariamente enrevesada implicaba, por obligación, una ejecución esmerada, de la que sus artífices salieron airosos.