Introducción
Hay edificios significados por sus propios méritos arquitectónicos, o más bien los méritos de sus proyectistas y artífices, y otros que son conocidos por su función.
En este caso nos encontramos ante el segundo supuesto: un edificio que sistemáticamente aparece en los medios de comunicación, ligado a noticias a caballo entre el delito y el escándalo y en el que preferimos no entrar la mayoría de los mortales, con la excepción obvia de los profesionales de la justicia.
Historia
El solar estuvo ocupado anteriormente por la Casa de los Cilleros o de los Duques de Uzeda, construida a principios del siglo XVI (1516) por Enrique de Quiñones, hijo del primer Conde de Luna.
Parece que 1581 el hijo del promotor inicial encargó al eminente arquitecto Juan de Ribero Rada la traza de un patio de tipo renacentista que guardaría cierta similitud con su homólogo del Palacio de los Guzmanes.
Durante las primeras décadas del siglo XX, el edificio, que en algún libro (”Rincones Leoneses” de Miguel Bravo Guarida) se califica de “caserón destartalado” sirvió de escuela de magisterio, casa de beneficencia y cuartel de la Guardia Civil.
En 1944 el Ayuntamiento acordó la cesión al Ministerio de Justicia, que se hizo efectiva el año siguiente. La demolición se efectuó entre 1945 y 1948, desapareciendo cualquier vestigio de la portada y de la arquería del patio. Sólo se conservan dos escudos que están depositados en el Museo de León.
Para dar “mayor prestancia” al nuevo edificio, la Diputación de León tuvo la idea de donar la portada de la Real Fábrica de Tejidos e Hilados, luego hospicio del obispo Cuadrillero y más tarde Residencia Provincial de Huérfanos. Esta iniciativa se incorporó desde el principio al proyecto, tanto en los planos como en la memoria, en la que se señalaba que se respetaría “repasándola y reponiendo las partes que lo necesiten, con piedra, a poder ser vieja, con objeto de conservar todo lo posible su carácter antiguo”.
Visto con la perspectiva actual, no resulta muy comprensible que se extrajera la portada de un edificio que no estaba arruinado para insertarla en otro, de nueva planta, principalmente porque la peineta, en vez de recortarse contra el cielo, como ocurría en la disposición original, tiene detrás el vulgar telón de una fachada convencional con dos ventanas metidas con calzador.
La portada es netamente barroca, enmarcada por unas pilastras sobresalientes que conforman un paño cóncavo y otorgan al conjunto la sensación de movimiento propia de esa escuela arquitectónica. En el eje, se sitúa la puerta en arco de medio punto, coronada por altorrelieves. El central representa a un león entre las columnas de Hércules que custodia dos globos terráqueos, en alusión a los dominios territoriales de la dinastía. Este motivo está flanqueado por dos medallones con los retratos del rey Fernando VI y de su esposa María de Bragança. Lateralmente, Barroso insertó dos ventanas de un modo muy forzado.
El segundo cuerpo está constituido por una peineta, motivo corriente en la primera mitad del s. XVIII, que tiene en nuestra ciudad otros ejemplos en las respectivas portadas de San Isidoro y San Marcos.
Está presidido por un gran escudo con las armas del monarca, flanqueado por dos columnas corintias que soportan un entablamento curvo y partido con la inscripción CONSTANCIA ET LABORE, dedicada al mundo de la industria, pero que también valdría como admonición dirigida a los servidores de la justicia. A los lados, sobre las pilastras sobresalientes, dos estatuas de figuras humanas que simbolizan el Comercio y las Bellas Artes.
Finalmente, entre el arco de la puerta y el escudo se inserta una cartela haciendo la pelota al rey (en traducción libre de E. Morais): “A Fernando VI, rey de las Españas y de las Indias, católico, pío, ínclito, feliz, que superó todas las glorias de los más grandes reyes anteriores a él, restableciendo y aumentando las artes y el comercio de León, gracias a su indulgencia y liberalidad”.
Descripción y análisis
El edificio es mucho más grande de lo que aparenta: 3.250 m2 sobre rasante en una parcela de 1.690 m2. Se estructura mediante una disposición en planta con la Audiencia propiamente dicha en el centro, flanqueada por dos cuerpos más altos de uso básicamente residencial que albergaban tres viviendas señoriales en el ala de la derecha para el Presidente y otros cargos de la Audiencia, y dos modestas, para conserjes en el ala opuesta. Cada cuerpo cuenta con entrada propia, Hoy estas viviendas están convertidas en dependencias administrativas.
Este esquema tripartito tiene su traducción al exterior, dando a los volúmenes laterales un tratamiento de torreones, que evoca uno los modelos canónicos de los palacios renacentistas, en sintonía con la corriente historicista en boga.
En planta, el edificio se articula mediante tres patios, uno central, en torno al cual gira la Audiencia, y otros dos entre ésta y las alas.
En la Audiencia destaca, como no podía ser menos, la escalera de tipo imperial, inconvenientemente alejada de la puerta de entrada, tanto por razones funcionales como simbólicas. El primer rellano está adornado con una vidriera de Luis García Zurdo que representa la administración de la Justicia en época medieval.
Los pasillos están techados con bóvedas de arista, presumiblemente realizadas con ladrillo o escayola, dado que los forjados son de hormigón. Las paredes lucen un forro de mármol negro, que no es original, aunque entona con el tono solemne que se quiso otorgar al interior.
Las salas de vistas lucen un elenco característico de lo que en la posguerra se consideraba pomposo: techos moldurados, cortinajes, tulipas, lámparas de araña, alfombras, sillones tapizados, mesas de madera con faldones ornamentados, etc. Una ambientación que se antoja poco apropiada para transmitir una imagen no impostada de la Administración de Justicia y adaptada a los tiempos que corren, aunque hay quien prefiere verlo como marco de una escenificación solemne.
Lógicamente, transcurridos 75 años desde su entrada en servicio, el edificio ha experimentado muchos cambios funcionales, con la excepción de las salas de vistas, la biblioteca y algunos despachos. Se echa en falta un plan global y todo indica que las adaptaciones se van haciendo con medios desiguales y demasiada improvisación.
Al exterior, el edificio ofrece una estampa discreta, que cede el protagonismo a la portada barroca. La fachada hacia San Isidoro no es precisamente lo más afortunado del proyecto pues su composición estrictamente simétrica encaja mal en el rincón que forma con el edificio contiguo. Para más inri se le ha añadido una corona de espinas en forma de focos que alumbran la fachada de San Isidoro.
Destaca un detalle muy particular consistente en que todas las ventanas están acristaladas con vidrios traslúcidos, incluso las que vierten al patio interior central que, de este modo, pasa completamente inadvertido.
Ese afán de discreción podría justificarse en las salas de vistas, pero en todas las demás dependencias resulta completamente inapropiado. De dentro a fuera porque priva a los interiores de una vistas magníficas sobre la Catedral, San Isidoro, Santa Marina, etc De afuera a dentro porque transmite un innecesario mensaje de opacidad.
Sorprendentemente, las reformas efectuadas en los últimos años optaron por no corregir este incomprensible aislamiento autista.
Bibliografía
E. MORÁIS VALLEJO, Mª D. CAMPOS SÁNCHEZ-BORDONA: Arquitectura y patrimonio: edificios civiles de la ciudad de León en la Edad Moderna, Universidad de León y Ayuntamiento de León, León, 2007, pp. 122-133.